domingo, 7 de junio de 2009

La pregunta del millón.

Creo que voy a optar por salir a la calle con un vistoso cartel que ponga “mal, muy mal, ¡fatal!” que dé una respuesta rápida a la duda existencial de la gente acerca de cómo van mis exámenes. Que yo entiendo que es lo típico en estas fechas, pero cada vez que surge de improvisto la cuestión se me aceleran las pulsaciones, me entran unos sofocos de infarto y me falta el aire sólo de pensar que me caigo con todo el equipaje. Chemeco, gimoteo, suspiro esperando no pasar de la risa nerviosa al llanto en cuestión de segundos. Estoy caprichosa, insufrible, irritante y marimandona.
-¡Alicia ponme un bocadillo de nocilla!
-Pero…
-¡No hay peros que valgan, ponlo!-le chillo haciendo uso de mis privilegios de hermana mayor.
Y antes de que salga por la puerta de casa le obsequio con otro de mis alaridos mezcla de rabia y desesperación:
-¡Y no vuelvas hasta tarde!
Acto seguido engancho al perro.
-¿Qué haces ahí? Buff, qué barbaridad contigo, es que talas todo, me tienes hasta el moño. Si te dejo en casa te subes al sofá bien pretico a mí, o encima de mi cama. Si me paseo me sigues, y si te saco te coflas en mi tumbona dejando una capa de pelos en la toalla. ¡Todo el santo día pegado a mí como una garrapata! Tira a la calle ¡Auto paséate!
Aquí estoy yo, sí, hablándole como una perturbada al perro que me mira con pasividad.
Diremos que la culpa de todo la tiene Omar, porque echarle la culpa a los demás es mucho más fácil que asumir la propia, y puede que más gratificante. Es probable que hoy sea la causa, y quizás también la consecuencia de todos los problemas mundiales, o al menos de los de mi mundo. Hoy no pienso ser consecuente con mis actos, no voy a asumir responsabilidades, porque no me da la gana, y punto.
P.D. Después de exámenes celebramos esas mil visitas. Suena a típico tópico, pero sin vosotros... imposible.
מרינה

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