domingo, 19 de abril de 2009

Capítulo 65.

Sentir pasión por lo que haces es muy importante. Saber que no harías otra cosa si no eso es algo que no tiene precio. No siempre es fácil, aunque debo decir que nadie me dijo que lo fuese. Me absorbe, me deja sin vida social, me ataca los nervios, hace que me plantee si cortarme las venas o dejármelas largas pero, qué sería mi vida sin el árabe.
Me he reconciliado con la traducción de la mezquita de Córdoba, esa que se me aparecía cada vez que abría mi portafolios, también de estilo arábigo, de piel, con motivos en dorado, sin llegar a ser hortera, que quede claro, y que me deja las manos tan verdes que parece que haya cogido una enfermedad tropical.
Me he enfrentado a ella y he conseguido no arrancarme las cejas de pura desesperación. Esa desesperación, que sólo conocen las chicas, o arabiyyas, como yo las llamo, por no encontrar ni una simple palabra en el titánico y farragoso diccionario, o por encontrarla y darte cuenta de que tiene diez acepciones, cada una de su madre y de su padre. Me alegro de no haber terminado jugando al pito pito gorgorito para elegir una y sobre todo de no haber dedicado toda una tarde a hilar términos sin sentido que podrían ser cualquier cosa menos castellano.
A veces pienso que en lo único que voy a ser especialista es en hacer una serie de dibujos que pocos pueden leer. Acabaré siendo un ser huraño dedicado en mi guarida a la morfología verbal, intentando descifrar verbos impronunciables que mutan a la mínima de cambio y con una ceguera seria como estos árabes no comiencen a escribir al menos al tamaño 12 de Times New Roman.
Aun así no me importa dedicar horas y horas a ello, porque cuando disfrutas, el tiempo pasa sin dar cuenta de ello. Aunque tenga días que tiraría todo por la ventana, como hice una vez con mis apuntes de literatura hebrea, la satisfacción de hacer las cosas bien no me la quita nadie.
מרינה

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