lunes, 28 de junio de 2010

Joder, la mierda me persigue.

Atrás ha quedado Madrid. Hace ya unos cuantos días que empaqueté todas mis vivencias y recuerdos de la gran ciudad y los envié en unas diez cajas a Zaragoza. Próximo destino: El Cairo.
Llego al aeropuerto de la mano de Gloria Estefan, cargada de positividad y con ganas de experiencias nuevas. Allí tengo previsto encontrarme con Fátima, mi compañera de viaje durante todo el siguiente mes. Dios quiera que no nos demos de ostias, y dejaré caer que mi colega Ruth la apoda “Kung Fu Panda”, y con eso ya digo todo.
Por fin montamos en el avión, sólo llevamos una hora y esto se me está haciendo insoportable, casi todo el mundo duerme, menos yo, y teniendo en cuenta que me quedan tres horas y pico me paso al lado de una señora que parece que tiene ganas de hablar. Madre mía, maldita la hora, porque la señora me cuenta su vida, la de sus tres hijos y casi hasta la de la vecina, pero es que cuando se me pone a cantar una mezcla entre cantos gregorianos y una saeta ya no sé donde cojones meterme. Menos mal que de repente oigo que empiezan a repartir la cena, buff, salvada por la campana, espero que mientras coma no cante porque si no me va a estucar.
Aunque la verdad es que no me hace falta nadie para eso porque la mariconada de ensalada que me han traído me la he capuzado por el escote y el pollo se me ha caído directamente a la camiseta dejándome una mancha aceitosa de esas rebeldes en medio de la tripa, provocando que la señora que se cree soprano se mee de la risa para luego iluminarme con un remedio de la abuela. Así que allí estoy yo, con cara de póquer, un manchón tamaño Brasil y leche en polvo en mi camiseta porque la señora dice que va a absorber la mancha.
Llegamos al Cairo, Magdi viene a recogernos y nos deja en la casa. No nos esperamos ningún palacio, pero… ¡esto tampoco!
Vivimos con tres americanos, y un chino, aunque esto último no podemos confirmarlo todavía. Parecen ser una sociedad primitiva, no cocinan, no limpian y uno de ellos toca extraños himnos con un uquelele (es probable que dicho uquelele acabe un día de estos en el culo del mencionado americano). En casa no hay cubiertos, ni nada con qué cocinar y en el cuarto tenemos armario, pero no barra para colocar las cosas, y un pestillo de maxima seguridad, una garrafa llena de agua, pero lo que de verdad es la ostia es el baño.
Entramos, después de encontrar la luz que resulta ser un flexo apoyado en la pila de lavabo, la seguridad ante todo, y lo primero que vemos es una bañera sin cortina más llena de mugre que el rabo de una vaca, un espejo adaptado para un jugador de la NBA y un váter… digamos… no limpio con un alambre que sobresale que parece que se te va a meter por el ojete del culo. Fati dice que es para lavarte, y yo la verdad es que prefiero no hacer más preguntas y evitar su uso. Así que nada, toca mear de pie, pero lo cojonudo de todo es que cuando levanto la vista y voy a tirar de la cadena veo un cartel que pone “no tirar el papel higiénico al inodoro, tirar a la papelera” ¡¡¡Dios!!! Fati y yo nos miramos horrorizadas, no decimos nada pero las dos sabemos que como una de las dos tenga que meter la mano ahí dentro nunca más volveremos a mirarnos de la misma manera. Al borde del colapso nervioso probamos a tirar de la cadena, por probar que no quede, y todos los residuos, gracias a Dios, se van por el desagüe.
Por descontado que mañana nos equipamos con un equipo de guerra bacteriológica KH7 en mano y rociamos el piso de arriba abajo, lo mismo hasta rebautizamos a los americanos con quitagrasas.


מרינה

jueves, 18 de marzo de 2010

Yo también practico deporte, el sofing.

A mi amiga Nat le encanta correr, y es por ello por lo que no cesa de animarme para que algún día me decida a acompañarla y siga un buen ejemplo de vida sana, cosa que yo no tengo pensado hacer en un futuro ni cercano ni lejano. Me habla acerca de lo saludable que es, de lo bien que me voy a sentir luego, de las pocas ganas que tendré de fumar y del tipín que se me va a quedar. Y yo, mientras tanto, la miro, y claro, la veo decírmelo con esa sonrisa de oreja a oreja, con esa seguridad en su voz, que empiezo a pensar que esto de correr es Jauja. Sólo hay que ver lo buena que está la jodida y el trasero que tiene.
Y luego empieza con que hay que estirar, y hacer unas series de abdominales, y sentadillas, y tonificar, y no sé qué más, y esto ya se me está haciendo cuesta arriba y no he empezado todavía. Buff, casi que con tanta cosa que hacer prefiero seguir siendo blandi blu.
Me imagino calzándome un chándal, en mi caso uno con un manchón de lejía en el culo, el único que tengo y que ocasionalmente utilizo como pijama, más que nada por darle algún uso, algo que podría llegar a considerarse deportivas, y me hago una coleta al estilo lifting, de esas tan tirantes que no te permiten ni pestañear. Bien, tengo el atuendo. Ahora habrá que bajar a la calle.
¿Y cuando llegue abajo qué?-me pregunto-¿Hago unos estiramientos en el portal en plan profesional mientras saludo a las abuelas que pasan? ¿Me alejo de él andando con mis pintas de “Fama” haciendo como si no sintiese que voy disfrazada? ¿Me echo a correr de repente rauda y veloz calle a abajo? ¿Así? ¿Sin más? Vaya, los comienzos siempre fueron complicados.
Total que emprendo la marcha. Con un poco de suerte mi estilo no se asemeja al de Phoebe en “Friends”, aunque se note que esto no es lo mío. Comienzo a trotar estúpidamente con una sensación de presión en la nuca, como si alguien hubiese estado observando cada uno de mis pasos desde que salí de casa.
A los cinco minutos mi corazón comienza a pasarse de revoluciones. Todos los poros de mi piel segregan sudor en cantidades industriales y sin darme ni cuenta tengo unos ronchones bajo los sobacos que hacen que parezca que Camacho usa desodorante anti-transpirante. Esto no es sudar, esto es chorrear joder. Mi naturaleza hipocondriaca piensa rápidamente en una posible deshidratación, incluso en una parada cardio-respiratoria. La cara me arde de tal manera que si mi cabeza fuese una cazuela herviría agua en un tiempo récord.
Esto me está suponiendo tanto sufrimiento que ya no sé si lo que resbala por mis mejillas es sudor procedente de mi frente o es que estoy llorando de puro dolor. La respiración se entrecorta y quiero parar, pero esto es como el empezar, ¿cómo lo hago? ¿Me paro en seco en mitad de la calle, continúo mi camino y aquí no ha pasado nada? ¿O mejor me tiro en plancha al suelo y grito para que llamen al Samur y me pongan una mascarilla de oxígeno?
Sólo de pensarlo desde el sofá de casa me canso.

מרינה

viernes, 29 de enero de 2010

¡Bloganiversario!

Se me olvidó decir que esta semana, para concretar más diré que el lunes, fue ¡mi primer bloganiversario! ¡Ya cumplo un año!
Este año ha sido movidito, muchas risas y muchas decepciones y, aunque el motivo por el cual empecé a escribir este blog se haya marchado por fin definitivamente, y tras muchas tentativas en los últimos tiempos de mandarlo a tomar viento y dejar de escribir, de momento sigo, hasta nuevo aviso.
Y deciros que el hecho de que dediqueis un trocito de vuestro día sólo para leerme me ha llenado de ilusión y me ha hecho sentirme muy orgullosa. Así que, mil gracias a todos, y un besazo enorme desde la ciudad del viento descontrolado.
מרינה

jueves, 28 de enero de 2010

Estratagemas de tocador.

¿Quién no ha tenido que visitar alguna vez con urgencia algún baño público? Servicios de carretera, de gasolinera, de discoteca, de parking, de biblioteca, desde luego ninguno de ellos deja indiferente, y aunque nos aguantemos lo que no está escrito hay veces que la premura llama a la puerta con demasiada insistencia.
Quién no ha entrado en uno de esos baños en los que nada más abrir la puerta te encuentras con la mugre en persona, a punto de convertirse en un monstruo gigante que va a devorarte, que parece que te van a empezar a caer churretones por todos lados, sueltas un no amargo, miras hacia el techo como si dicha acción te fuese a dar más valor para adentrarte en el cubículo, y para comprobar si estás en lo cierto y vas a ser duchado en breves momentos, resoplas y haces de tripas corazón. O esos que tienen un agujero en la puerta y saludas por él a tu amiga que está en el de enfrente. O esos que vienen con pastel incluido. Uhhhh.
Y otro de los ejemplos más temidos, al menos yo los temo, es el modelo zulo. Ese que para meterte en él y cerrar la puerta tienes que premeditar los movimientos estratégicos a utilizar para no rozarte con nada. Mi maniobra más conocida es la de la marcha atrás, dar pasos hacia atrás con las piernas abiertas de tal manera que el inodoro quede entre ellas y así cerrar. Si hay percha da las gracias al altísimo y si no, pues a enrollarse todo al cuello y a hacer malabarismos.
Esta vez me ha tocado con percha, yujuuuu. Cuelgo bufanda y abrigo y ya no queda hueco para el bolso que finalmente decido, muy a mi pesar, dejar en el suelo. Ay madre mía que me meo encima, que se me escapa… y empieza a sonar el móvil, joder que oportuno. Rebusco desesperadamente en el baúl de los recuerdos maldiciéndome por meter tantas cosas que luego no uso y diciéndome que a este paso cualquier día tengo que salir de casa con una maleta. No lo encuentro y empiezo a sacar cosas, un pañuelo, usado por supuesto, ¿una cucharilla?, una pila, una mandarina ¡si yo nunca como fruta, qué diablos hace aquí una mandarina!, madre mía cualquier día saco a Bin Laden que llevaba años escondido en mi bolso sin darme yo cuenta y por eso los americanos no lo encuentran ni a la de tres.
Por fin logro sacarlo y mamá cuelga, por cierto un saludo madre, y con la rabia me levanto de golpe, y como el espacio es verdaderamente limitado me golpeo la cabeza con el roncho de metal del papel higiénico haciendo que abrigo y bufanda me cubran la cabeza, disminuyendo así mi visión de campo. Y mientras me sacudo para quitarme las cosas de la cara como una loca rabiosa y dejándome unos pelos que hacen honor a dicho calificativo, me precipito contra la otra pared habiendo así tocado todo lo que no quería ni rozar. Así que desde aquí reivindico unos baños un poco más grandes hombre que cualquier día tenemos que empezar a compartir taza con el de al lado, mitad para ti y mitad para mí, no nos vemos las caras pero sí el culete.

מרינה

viernes, 15 de enero de 2010

Él no baila solo.

Un considerable número de días de contacto visual barra de pan en mano con el obrero tío bueno, de ahora en adelante Gustazo (sobrenombre cortesía de mi amiga Almudena y que obviamente me gusta más, en todos los sentidos) no consiguen que en la oscuridad que nos brinda el bar se dé el mismo fenómeno que en días anteriores bajo la luz solar.
Gustazo para arriba, Gustazo para abajo, gustazo el que me da cada vez que lo veo pasar, y disgusto el que me da cuando soy consciente de las extrañas aficiones que tiene este chico, y los pocos tapujos de los que hace gala a la hora de mostrarlas a los demás. Diré que la compañía nocturna ideal para él carece de curvas, aunque no pueda afirmar que permanezca solo toda la noche, pues, desde luego, bailar reaggeton con la máquina tragaperras, funky con la de tabaco y al estilo bacala del infierno con una banqueta, no es estar solo, pero claro, tampoco acompañado. Y entre tanto dilema, lo que es evidente es que su actitud no puede enmarcarse dentro de la estricta normalidad.
Así pues, la velocidad a la que desciende desde su posición número ocho dentro de la escala de cachondosidad es abismal, tal es la aceleración que si fuese una caca de pájaro cayendo desde el cielo, sería una de esas que se estampan en el cristal del coche con semejante fuerza que parece que te ha caído el pájaro entero, justo delante de tu cara, y que se expanden a lo largo y ancho de mi luna delantera impidiéndome ver a Gustazo. Madre mía, ¡si es que todo es un círculo!
Pero yo no soy de esas que se dan por vencidas a la primera, yo persisto. Así pues, la siguiente oportunidad que me brinda la segunda de las noches en la que tengo el placer de verle en acción, esta vez sin ninguna clase de mobiliario cerca de él, aunque sí con sus habituales paseos, decido acercarme con la excusa del cigarrito.
Alarga el brazo con esa chulería innata que poseen los que saben que están cañón, me acerca la cajetilla a la cara, casi me la pone de estampa en la frente, cojo la cajetilla, mientras su mano, de forma inaudita, permanece en la misma posición, como si estuviese sujetando con mucha suavidad un paquete que sólo él puede ver, saco un cigarro y vuelvo a colocar la cajetilla que encaja perfectamente entre sus dedos. Y todo este proceso transcurre sin que él me dirija la mirada, ni siquiera por el rabillo del ojo. Mierda, la próxima vez me marco una huída rápida con el paquete entero en la mano.

מרינה