martes, 31 de marzo de 2009

Capítulo 54.

Omar está graciosillo, y eso raro, verdaderamente raro. Tengo la impresión de que tras esta simpatía repentina se esconde un asunto oscuro, todavía no sé que es, pero su novedosa actitud se sale de los parámetros de lo normal. No me tiene acostumbrada a esto, más bien me tiene educada en el mundo de los monosílabos.
Hace ya varios días que no nos pasamos por allí, hemos perdido nuestra rutina de visitarle en el bar un día sí y otro también, principalmente porque yo empiezo a perder mi interés por él. Y no es descabellado pensar que este inédito salero tenga algo que ver con mi mermada paciencia y que, ahora que ve que me hundo en el desinterés por él, haya decidido sacar a pasear su escondida labia.
Me acerco a la barra, no sin cierta vergüenza, y le pido dos cañas, una de ellas sin alcohol. Me las sirve y le pregunto que cuál es la sin. Me mira fijamente durante unos segundos que se me hacen eternos y, vacilantemente, me sonríe y me dice:
-Adivina.
Hoy parece que tiene ganas de jugar, estará más aburrido de lo normal.
-Omar ¿cuál es la sin? Le digo pacientemente, pues no tengo ganas de juegos, y mucho menos con él.
-Son las dos iguales. Tienes que beberla con alcohol.
Yo le pongo cara de malas pulgas, pero él me contesta con una mirada desafiante y una sonrisa burlona. No me quita la mirada de encima y yo empiezo a sentirme demasiado incómoda, me quedo, una vez más, paralizada, hasta que mi voz interior me dice:
-Oye guapa, di algo, que llevas ya un ratito sin hablar y mirando al vacío con cara de lela, y él sigue delante de ti.
Reacciono y le digo:
-Va, Omar.
Los comentarios chistosos no quedan ahí, se suceden hasta que salimos por la puerta del bar, pero yo sé que el próximo día tendremos una nueva ración de éstos, pues hoy Oli ha traído la bici y Omar, por la ventana, nos ve marcharnos a las dos montadas. Yo de paquete con las piernas muy encogidas y Oli intentando hacerse con el manillar a la vez que pedalea.
Por dos veces casi acabamos empotradas en un árbol, y las junturas de la acera, que hacen que vayamos botando, me están haciendo polvo el culo. Aún así cogemos velocidad y cuando nos cruzamos con gente, Oli hace sonar el timbre que informa de que se acercan dos kamikazes con un freno roto y que, por seguridad, todos se aparten de nuestro camino. Gritamos y reímos sin parar, como dos niñas, hasta que llegamos al portal y caemos en la cuenta de que ahora hay que subir la bici hasta casa, qué gran putada.

מרינה

lunes, 30 de marzo de 2009

Capítulo 53.

Como todos los días llego muy tranquilona a la facultad, y relativamente puntual. Hasta ahí todo es normal. La diferencia de hoy radica en que, para un día que no tengo clase, yo voy y aparezco a las nueve menos veinte de la mañana con mi sonrisa de “nunca me entero de nada, soy más feliz que una lombriz”.
Consigo dejar la cautivadora cafetería tras de mí y me encamino hacia las escaleras cuando me encuentro a una compañera que se me queda mirando como diciendo, pero dónde vas alma de cántaro.
-Eh, Marina, no había clase.
-¿Cómo que no?
-Tú misma me lo dijiste el viernes.
Claro, yo misma se lo dije y yo misma me olvidé de mirar la agenda, esa tan bonita de piel, azul, suave, rollo ejecutivo, que me dice hasta cómo puedo instalar gas natural, me informa de todas las clases de tuberías termoplásticas, los hoteles, los restaurantes, las carreteras, lo juro ¿eh? Esa tan bonita que tanto me molesto en llenar de colorines para que no se me olvide nada, porque siempre he tenido muy mala cabeza, esa misma que se pasa los días sobre el escritorio de mi cuarto y que, muy de vez en cuando, abro. A la vista está como me va.
Yo, que me salto las clases cuando a mí más bien me parece, que ni siquiera me siento culpable por ello, justo tengo que venir hoy. Y lo peor es que no es la primera vez que me pasa y, es más que probable que no sea la última.
Vaya, hoy que había pasado por la cafetería y había conseguido no quedarme prendada del olor a croissant recién hecho y café. Si es que, de ella vengo y a ella vuelvo, por hache o por be, siempre acabo allí. Aunque me reconforta saber que no soy la única universitaria que siente devoción por la cafetería de su facultad, y pienso que, cuando acabe la carrera, la voy a echar tanto de menos que acabaré yendo allí a echarme el café.

מרינה

domingo, 29 de marzo de 2009

Capítulo 52.

Domingo, esos insulsos días. No tienen ni gracia ni encanto, ni miga ni sustancia, ni chicha ni limoná. Deberían estar prohibidos, es más, deberían desaparecer. Me producen la apatía más absoluta.
No quiero tirarme en el sofá a ver el peliculón de Antena 3. Yo sé porqué los llaman peliculones, no es porque la crítica los ponga por las nubes, es que son eternos. Puedes dormirte cinco veces durante la película y cuando despiertas sigues cogiendo el hilo de la trama. Películas interminables y lentas a morir que hacen caduca tu paciencia, pues lo que te cuentan en tres horas, cuatro con anuncios, podrían decírtelo en diez minutos y no tragarte esos culebrones de asesinatos, violadores, mujeres maltratadas, etc. No tengo ganas de perder mi tiempo en eso, prefiero ver cómo pasa la vida haciendo cualquier otra cosa que tampoco me apetezca y que me aburra inmensamente.
Me planteo salir de casa, mi cueva, mi fortaleza, pero con el día que hace y las pocas ganas de quitarme el pijama, meterme a la ducha, peinarme, vestirme… uff, demasiado trabajo, me aburro más aún, si cabe, sólo de pensarlo, además, que si llevo todo el día con el sujetador del revés y no me he dignado a darle la vuelta, cómo voy a esforzarme tanto para un simple paseo. Total, haga lo que haga el hastío hoy no piensa abandonarme, no lo ha hecho casi ningún domingo desde que me conozco, así que hoy no va a ser menos.
Finalmente me resigno y me meto en la cocina bayeta y KH7 en mano. Todos los días del señor la misma historia, el fregote semanal depuesto hasta el último momento, cuando ya no hay otra cosa que hacer y ya no te quedan otros huevos, pues si lo dejara, las bacterias se harían tan grandes que acabarían por devorarme.

מרינה

sábado, 28 de marzo de 2009

Capítulo 51.

Llevo una semana preguntándome qué es lo que pasa con los hombres. Sí, qué pasa con vosotros. Estáis todos locos y pretendéis, aparentemente, que yo también llegue a tal estado.
Los que se habían alejado vuelven a acercarse, los que se habían acercado, misteriosamente se han alejado, y los que parecía que habían desaparecido de mi vida por siempre jamás han retornado, lo que confirma la teoría de que “el pasado siempre vuelve”, y suele ser el más vergonzoso.
Vuelve vía Messenger, vía tuenti o vía la que sea, pero vuelve. Mi pasado me pregunta que qué tal estoy, que qué es de mi vida, un pasado con el que poca relación tuve, pues tras el bochorno que pasé conseguí desvincularme rápidamente. Pero ésta vez decido no avergonzarme y ser cortés, darle un voto de confianza a ese pasado que quizás tampoco fue para tanto.
El que se alejó volvió a acercarse, sostengo la idea de que este chico no sabe ni lo que quiere, porque ahora resulta que Omar quiere que salgamos con él y su amigo el Parras a bailar. Ya no sé ni cuánto tiempo lleva interpretando el papel de soso del reino y, repentinamente, vuelve a su ser. La cuestión es ¿por qué precisamente ahora quieres ir a bailar? ¿Será la primavera que hace que tus hormonas se revolucionen y buscas solución con lo que más a mano tienes? Mira, guapo, a mí no me engañas, además, que no me veo para nada en un sitio de esos salsones que sueles frecuentar.
Y el que despareció misteriosamente, pues eso, que se lo tragó la tierra, se esfumó, se evaporó sin dejar rastro tras él, y sin ningún motivo aparente.
Incongruencias masculinas todas ellas que las féminas nunca comprenderemos y que, pensándolo bien, prefiero no hacerlo, por lo que me pueda encontrar.

מרינה

jueves, 26 de marzo de 2009

Capítulo 50.

Bien sonada es la nueva ley para el aborto. Cierto es que no suelo tocar estos temas, pero éste en especial me saca de mis casillas, que ya llevo unos días calentándome.
Vamos a ver, que si yo me quedo en estado de buena esperanza, me quede de la manera que me quede, ya sea por violación, por accidente o por que haya venido el espíritu santo y me haya inseminado milagrosamente ¿tengo que joderme y tener un hijo que no deseo?
Desde luego que desde ese momento mi vida, como la conozco ahora, se acaba. Que lo querría, claro que sí, pero, ¿y mi educación? ¿Y mi juventud? ¿Por qué tienen que decidir otros por mí si debo o no tener ese bebé? ¿No éramos libres?
Pero, ¿y cuántos niños en contenedores de basura nos evitaríamos? ¿Cuántos niños en orfanatos que van de casa en casa? Sin contar a los que no encontramos y pasarán al olvido. Eso sí que son situaciones traumáticas, y no la que te puede producir un aborto.
Además, ¿y si no tengo medios para mantener una criatura? ¿De qué va a vivir ese niño, del aire que respira? Obvio que no. ¿Me van a venir a ayudar económicamente esos que predican en contra del aborto? Obvio que no. Digo yo, ¿no sería mejor olvidarse de traer a este mundo, que ya es muy duro de por sí, a futuros niños problemáticos, carne de cañón? Porque, si tengo que sacar adelante a esa personita con el sudor de mi frente, tendré que sudar lo que no está escrito, porque si no, con un sueldo de mileurista, que es lo que conseguiría ahora, lo llevo claro. ¿Eso es lo que quiero? ¿Es lo que queremos? Un hijo, con el que nunca puedes estar porque estás ganándote el pan, y que se cría a la buena de Dios.
No, gracias. Creo que mi hijo se merece una vida mejor, creo que debería darle, por lo menos, lo que a mí me han dado, si no más. Y eso, ahora, imposible.
Además, si yo no estoy para nada preparada para asumir la educación de un niño, ¿cómo lo va a estar una chica de 16 años? ¿Va a saber cómo afrontar las mil y una situaciones complicadas que se te plantean a la hora de educar? Por favor, si con esa edad no sabes ni resolver tus propios conflictos, cómo piensas resolver los de tu hijo. Pensemos, hombre, que la educación es un tema muy serio.
Esta mañana me han dicho:
-¿Y el padre? ¿No pinta nada en todo esto? ¿Y si quiere tenerlo? Qué pasa, ¿que ni pincha ni corta?
Pues no, siento decírtelo, pinchar, sí, pero cortar, no. Por una vez, los hombres no tenéis apenas vela en éste entierro, pues las que tienen la última palabra somos nosotras, que tenemos que ir nueve meses con el bombo, con los tobillos hinchados, reteniendo líquidos, vomitando por las mañanas…y como colofón final, el parto, que con un poco de suerte, en seis horas te lo has ventilado, pero otras sufren un poco más, como mi pobre madre, que tardó 12 horas en traerme al mundo. Que sí, que es muy bonito darle la vida a alguien, pero la pobre después de 22 años aún se acuerda de cada minuto. A mí me cuenta esto y, de verdad, que el poco instinto maternal que tengo desaparece, aunque ella siempre dice que se puede parir por lo a gusto que te quedas después.
Y sí, es cierto, no todas las situaciones serán así. Y sí, es cierto, la sociedad no es responsable con sus actos ni piensa en las repercusiones, pero es lo que hay, es la realidad, y por tanto, la ley debe ajustarse a ésta, no a un ideal, y contemplar todas las situaciones que se puedan dar, para así velar por la seguridad y el bienestar de todos los ciudadanos.
Y la iglesia, a callar. Si el estado, o los infieles, fuésemos a decirle cómo tiene que llevar sus asuntos clamaría al cielo. Así que, en éste supuesto estado laico y aconfesional ¿por qué tiene que meter las narices donde no le llaman? Preocúpese de sus feligreses y déjenos a los demás vivir como mejor nos parezca.
Preocúpese de lo que tiene dentro, porque, en este tema, es el que más tiene que esconder. A ver si predicamos con el ejemplo controlando a su clero primero, pues no sería el primer caso que apareció, el de un párroco que violó a una niña, o quizá éste sí sea un caso aislado, pero no los conventos en cuyos sótanos aparecieron cadáveres de bebés recién nacidos, las madres, monjas, los padres, los curas de la congregación de al lado. Y ahora resulta que un aborto es un asesinato, ¿y lo suyo? No me lo diga, era en nombre de Dios, como la inquisición y otras tantas historias.
¿Y qué hay de la explotación? ¿Cómo creen que llegaron al estatus del que ahora disfrutan? Aprovechándose del diezmado pueblo que, no por fe, pagaba el diezmo. Claros ejemplos de esto son el Vaticano, la Santa Crocce, el Duomo de Milán y todas las iglesias y catedrales de Europa. O qué pasa ¿que se construyeron solas? ¿que como había que construir un templo para el todopoderoso, por supuesto sin escatimar en ostentaciones, ese año se fabricaron más billetitos?
Demasiadas barbaridades en nombre de Dios, de su Dios, el poder y el dinero, pues si hacemos un recorrido por la historia de la iglesia católica, parece ser que la moral no es algo de lo que pueda presumir, pues poco le ha importado, y a las pruebas me remito, así que no vengan ahora con patrañas.
Creo que ya he empezado a desvariar, pero, qué ancha me he quedado.
מרינה

martes, 24 de marzo de 2009

Capítulo 49.

Salgo de casa en dirección al mercado, un ámbito en el cual cada vez me desenvuelvo mejor, a base de práctica, como todo en esta vida. Tres minutos hay hasta allí desde mi portal y sólo en ese tiempo consigo que todo varón que está en la calle se fije en mí. Todos me miran, me saludan, me piropean. Vaya, no sabía yo que tuviese este poder para captar la atención masculina, esto es nuevo. Bendita camiseta, ¡eres mágica! Me la pienso comprar en todos los colores.
Si es que ya lo decía mi madre, dos tetas tiran más que dos carretas. Menuda razón tiene la sabiduría popular. Tendré que empezar a explotar más esta faceta que hasta ahora no conocía.
-Mira qué chica más guapa.-Le dice un barrendero al otro.
-A ver si vuelve a pasar.
-¡Mira le da vergüenza!
Hombre, pues claro que me da vergüenza, me acabo de poner como un tomate, pero ¿y lo contenta que me voy? Que una mini-dosis de autoestima nunca está de más.
Sigo andando y me doy cuenta de que los viejecillos me saludan, pero sin mirarme a los ojos. Paso por el bar y la misma historia. En el mercado están especialmente amables conmigo.
Muy alegre voy hasta que me cruzo con el estúpido de Omar. Si la inmensa mayoría me ha mirado, Omar no debería ser la excepción, pienso. Qué equivocada estoy, pasa por mi lado y lo único que obtengo es un hola en voz casi inaudible. ¡Pero qué soso eres hijo mío! Sería más visible para un ciego que para ti. No hay manera contigo chico, me cansas, me agotas, me tienes más quemada que el palo de un churrero.
Me voy a casa con mi camiseta de seductora nata notablemente crispada, preguntándome si algún día dejaré de ser invisible para este minúsculo hombrecillo o si, por el contrario, pasará a ser él el invisible a mis ojos.

מרינה

lunes, 23 de marzo de 2009

Capítulo 48.

Llego al barrio desafiando con todas que puedo al mono, no me puedo creer que en toda la mañana me hay echado un único cigarro. Obviamente porque no tenía, que si no ahí iba a estar yo sufriendo, que ya casi tengo hasta sudores y me parece que estoy a las puertas de la fase de desintoxicación.
Ni siquiera subo a casa, me voy directa al templo de la nicotina a pedir mi dosis diaria y, cuando por fin me hago con ella, tengo tanta ansiedad que me cuesta abrir el paquete. Podría subir a casa y fumarme un piti sentada delante del ordenador, o podría fumármelo directamente en la calle y dejarme de historias. Sabia idea.
Me siento en el portal y dejo que los pulmones se me llenen de humo, que la droga entre muy dentro de mí, que ya es hora. De repente ¡ah, dolor de tripa! me quedo muy encogida en el portal porque no puedo ni levantarme y pienso que me vais a matar algún día cigarrillos, pero es que me gustáis tanto… y como últimamente sois mi único amor correspondido decido que ésta relación todavía tiene un futuro por delante, al menos un futuro inmediato. Qué pena que sólo un fumador, y drogodependientes varios, puedan comprenderme.
Consigo subir a casa y cuando se me pasa me coloco en mi puesto de vigilancia. Estoy en la terraza haciendo como que hago algo muy interesante esperando a que Omar salga de casa para ir al curro. Conozco el sonido de su puerta como si fuese la voz de mi madre. Aunque oyese ese mismo sonido en cualquier otra parte del mundo lo reconocería. Le doy diez minutos más porque me estoy cociendo, que voy a coger un moreno que voy a parecer del África subsahariana, y como me descuide, cogeré el típico moreno taxista, un brazo negro y el otro blanco.
Me asomo por encima de la pantalla del portátil y ¡ja! ahí está. Ay pero qué monooo, si se ha cambiado de chaqueta.
Pero qué gilipolleces que digo por Dios. Si hiciesen un ranking de las gilipolleces que dice la gente al cabo del día, yo me llevaba la palma con toda seguridad.

מרינה

domingo, 22 de marzo de 2009

Capítulo 47.

Vuelta a la capital y, por supuesto, vuelta a la realidad. Vuelta a las clases, a los quehaceres diarios, caseros y escolares, vuelta a pegarme a la condenada ventana, aunque esta semana me he propuesto recuperar la salud mental, y también la corporal, por que las comiditas de mamá están demasiado ricas. Decir que las mías son pobres, cutres, poco elaboradas, en fin, que no tengo ni ganas, ni paciencia, ni nada de nada para ponerme delante de los fogones y obrar milagros.
Cinco días de fiesta que llevo y la pereza ya se ha instalado en mi cabeza. Cuando llego a casa me digo que es hora de abrir la agenda y concienciarme de que mañana no hay café matutino, ni siesta, ni visitas. Me acerco a ella con miedo porque sospecho lo que me va a decir, que tengo que entregar un trabajo el martes, del cual no me había acordado hasta que no he pisado el metro. La abro y, efectivamente, un estupendo ensayo a entregar pasado mañana sobre… sobre… buff ¡ni siquiera lo sé! Pero qué desastre.
Me dejo en seguida de meditaciones y me digo, de perdidos al río, si ya suspendí esta asignatura en febrero, para qué narices me voy a dar mal con ella ahora, lo más práctico es que me la lleve enterita a septiembre y todos contentos, bueno, contenta yo. Eso sí, como cada septiembre, me cagaré en mis muertos por haberme dejado la asignatura más horrible de todas, lloraré y patalearé como una niña caprichosa y entraré en un estado profundo de apatía, esperando de nuevo a que se me aparezca la virgen en el examen. Pero como hasta septiembre quedan cinco meses, ahora siento que me he quitado un peso muy pesado de encima y sin ningún cargo de conciencia, me lanzo al sofá que parece que hago el salto del tigre.

מרינה

jueves, 19 de marzo de 2009

Capítulo 46.

Mi madre se ha empeñado en que vaya con ella a la piscina. Procuro no acordarme de las agujetas de la última vez, pero me resulta inevitable, pues me dolía tanto el cuerpo que tenía hasta mala gana y no podía llevar los brazos si no pegados al cuerpo. Y aquellas interminables noches en las que no encontraba la postura ni a la de tres, y cada vez que me movía veía las estrellas, los planetas y todas las constelaciones descubiertas y aún por descubrir. Desde luego que tanto dolor todavía sigue vivo en mi recuerdo. Aún así me animo y le digo que la acompaño, no es que tenga ganas, no tengo ninguna, la verdad, pero voy a hacerle un favorcillo y así la mujer no se va sola.
Me toca enfrentarme a la pesadilla que vivo todos los veranos, el bikini. Bueno, en la playa es más fácil porque al lado de la abuela de 90 kilos, arrugada como una pasa y en top less yo parezco la Schiffer. Pero en la piscina cubierta la cosa cambia un poco, me faltan las abuelas con hamacas tostándose hasta puntos insuperables. Y yo, con este blanco nuclear que, quitándome la cabeza, podría pasar por albina.
Tengo para elegir un minúsculo bikini que poco deja a la imaginación, y no muy recomendado para nadar si no quiero salir de la piscina en pelotas y que todo el pueblo me vea como Dios me trajo al mundo, y un bañador de mi madre al más puro estilo años 60. Me lo pruebo y, aunque parezco sacada de la serie Cuéntame, me decido por él porque éste es más difícil perderlo. Mi bañador no peca de sacarme todas las vergüenzas, esas ya estaban ahí antes, peca de que me va grande por todos lados y me cuelga por el culo, joder que cruz, encima de feo, grande, y todo por acompañar a la mamma. Bueno, va, qué mas da. Me meto a la ducha a depilarme para estar lo más presentable posible en la piscina, llevaré unas pintas horribles, pero pelos ninguno.
Al rato aparece mi madre. Grita, como casi siempre.
-¿Otra vez en la ducha? ¡Estás siempre en remojo! ¡Menudo gasto de agua! ¡No has hecho nada en todo el día! ¡Te levantas a la hora el higo! ¡Mira cómo tienes tu cuarto! ¡Recoge el baño!
Y todo esto me lo dice a la vez, con lo cual yo no sé ni por dónde empezar. Me agobio, me bloqueo, y mientras, ella sigue voceando y dándome órdenes que intento que queden grabadas en mi cerebro, lo intento, pero pocas veces lo consigo.
Al final acabo gritándole:
-¡Sería una bendición que te quedaras muda unos días! ¿Y sabes qué te digo? ¡Que va contigo a nadar el Tato!
-Pues tú… tú… ya no vienes más a tomar el café por la mañana.
-Pues vale.
-Pues eso.
מרינה

miércoles, 18 de marzo de 2009

Capítulo 45.

Me despierta a eso de las nueve el perro saltando en mi cama, no para hasta que no lo cojo por el cuello y le digo basta, quiero dormir más, o te tumbas a mi lado tranquilito o te bajo echando ostias del bofetón que te voy a arrear.
Mi gozo en un pozo porque detrás de él viene mi madre para reclutarme en el batallón de limpieza que ha organizado aprovechando mi llegada. Será posible, ayer creía que venía con la pachorra de serie, pero no, hoy me doy cuenta de que vengo con la bayeta y siento que nací en vez de con un pan, con una fregona debajo del brazo. Si eso de ayudar en casa está muy bien, coño, pero yo es que ya arrimo el hombro en la mía, y demasiado.
A las nueve y media en punto mi madre me pone la escoba en la mano, me coloca el plumero en el bolsillo del pantalón del pijama, me da una palmadita en la espalda y me manda a guerrear con el polvo y las bolas de pelo del perro que me van siguiendo a medida que doy vueltas por el salón.
Acto seguido, abro el frente del baño y me reservo la cocina para más tarde, porque han llegado las once y el café con las tías es imperdonable. Espero que me pongan al corriente de todo lo acaecido en mi ausencia, y la verdad es que nunca me suelen defraudar, pues mis tías son como radio patio y, aunque yo ya no conozco ni a la mitad de la gente, me encanta escucharlas, es el chismorreo por el chismorreo. Y ya sé que no es algo de lo que deba enorgullecerme, pero, a parte de tranquilidad, es lo que tienen los pueblos, y a estas alturas no lo voy a cambiar, ni quiero.
מרינה

martes, 17 de marzo de 2009

Capítulo 44.

De nuevo vuelta a casa, que ya me hacía falta, pues sentía que estaba empezando a perder el norte y necesitaba volver a los orígenes para saber quién narices es esta chica que me encuentro todas las mañanas con legañas en los ojos y con pocas ganas de salir fuera a enfrentarse a las cosas del día a día.
Lo bueno de mi vida es que cuando me canso de una me tomo unos días de descanso en el pueblo y luego vuelta a la carga antes de que me canse de ésta segunda vida.
Como siempre, alegría por ver a la familia, interrogatorios a la pequeña de la casa y el perro saltando todo el rato a mi alrededor para que lo sobe. Desde luego que es el más agradecido, lleva dos horas persiguiéndome por casa, llorando a mi lado para que lo coja encima y como no ha conseguido lo que quería acabó subiéndose a la silla conmigo y acomodándose entre el hueco que queda entre mi espalda y el respaldo de la silla. Pero chucho, cuánto te había echado de menos y qué mal hueles, joder.
Cuando llego aquí parece que el tiempo se paraliza, los días duran el doble, a pesar de que mi madre me mande a hacer todos sus recados, aunque yo los hago encantada de la vida, pues da gusto cuando caminas por la calle y la gente te saluda y te paras a hablar con cualquiera. Casi me parece increíble que la gente no me empuje en la cola del supermercado y nadie intente pasarme por encima al cruzar una calle. Me encanta cómo la gente pasea tranquilamente, como yo suelo hacer, sólo que en Madrid todos pasan a mi lado como balas. Si es que la pachorra me viene de serie, es la sangre del pueblo.

מרינה

lunes, 16 de marzo de 2009

Capítulo 43.

No puede ser, otro día que se llego tarde a la academia, y eso que le prometí al moallem Abdul, al profe, que la próxima vez llegaría puntual, aunque por la cara que puso no se lo debió de creer. Mi trayectoria lo dice todo, y es que en cuatro cursos creo que las veces que he llegado a mi hora se pueden contar con los dedos de las manos.
Salgo de casa corriendo, y yo nunca jamás corro, ni aunque me vaya la vida en ello. Corro y corro por la calle y a la vez me voy vistiendo. Me giro y veo al autobús que me está alcanzando. Acelero, ya con la lengua fuera, y consigo llegar a la parada como un rayo, antes que el autobús. Subo, intentando recuperar el aliento y me siento a lado de una señora que se parece a la bruja Lola.
Me bajo en la parada de la boca del metro y salgo disparada. Paso los tornos y me precipito hacia las escaleras mecánicas. Acaba de llegar el tren así que bajo corriendo cuando justo en la última escalera se me sale del pie la zapatilla y sale volando por los aires. Sigo corriendo mientras miro la trayectoria que sigue la zapatilla convenciéndome de que soy capaz de cogerla al vuelo y conseguir entrar en el vagón a tiempo. Tan confiada estoy de que puedo que el destino me juega una mala pasada.
De repente me tropiezo con algo, no sé con qué porque en el suelo no hay nada, así que supongo que habrá sido con mi propio pie. Salgo como planeando en el aire, con grito incluido. Mis papeles y mi bolso también salen volando y cada uno hacia un lado. El momento desde que me tropiezo hasta que caigo en el suelo se me hace eterno, pero por fin me desplomo en medio del andén. Me quedo en el suelo echada pensando que no me puedo creer que me haya metido ese porrazo y que seguro que todo el mundo me está mirando.
Me levanto con la poca dignidad que me ha quedado, muerta de vergüenza, roja como un tomate y me paseo de una punta a otra de la estación en busca de mis enseres con cierta tranquilidad. Los recojo uno a uno y todavía me da tiempo a meterme en el tren evitando las miradas de los viajeros que, indudablemente, han presenciado el teatrillo que acabo de montar en poco rato. No comprendo el porqué de mi urgencia si de sobras sé que el tren tarda unos minutos en cerrar sus puertas.
Cuando vuelvo a casa me lo monto como puedo para coger otro camino. Me da verdadero pavor volver al metro, y menos hoy. Seguro que los guardias de seguridad se acuerdan de mí y estallan en risas cuando me vean aparecer. Lo mismo con las cámaras que vigilan el metro, que seguro que me han grabado y los que las controlan habrán pasado ya el vídeo mil una veces.
Por cierto Oli, que has conseguido emocionarme de verdad, aquí estaba yo, en la ventana de la terraza, llorando a moco tendido, pero en silencio, porque me daba vergüenza que me oyeseis llorar sólo por unas palabras dedicadas en internet y, por favor, sigue caminando a mi lado.

מרינה

domingo, 15 de marzo de 2009

Capítulo 42.

Coincidiendo con la gente que me rodea, hoy ha sido un día raro, muy raro, y acabo que no me soporto ni a mí misma.
Salgo de casa y se me acerca un señor.
-Hola guapa ¿me compras una colcha para cuando te cases?
Porque me acabo de levantar y todavía me acuerdo del calorcito que hacía en la cama, que si no te estampo la colcha en la cara.
-Oiga que yo soy un poco joven para casarme.
-Ah ¿sí? ¿Cuántos años tienes?
-22 ¿Me había echado más años?
-jejeje unos cuantos más.
La madre que lo echó, si fresca y lozana me hecha unos cuantos años más, cuando llegue de resaca creerá que soy la anciana más vieja del barrio. Me indigno mucho y para demostrarle que está ciego y que yo estoy estupenda y parezco una chica de mi edad, e incluso más joven, le digo:
-¡Pues en el estanco me piden el D.N.I.!
Otro de los extraños sucesos del día ha sido que he entrado al metro sin pagar, y sin colarme. Me acerco con mi reluciente tarjeta a las máquinas para sacarme un billete y todas y cada una de ellas me la escupen. No es que no tenga suelto, es que no me da la gana sacarlo, así que me acerco al guardia y le comento el problemilla que tengo.
-Bueno, pues te abro y pasas.
-Eh… bueno… eh… ¡vale!
Así, sin billete, y sin vergüenza, por que si hubiese sido más legal hubiese sacado una monedita, pero qué coño, que el metro ya no me considera joven, y aunque el señor de las colchas tampoco, yo creo que todavía me quedan unos añitos de disfrutar de mi juventud, y nunca se sabe en qué momento de ésta necesitaré ese euro para una caña.
Al final del día decido irme a la cama porque ya me estoy traumatizando de manera irreversible. Todo me indica que el tiempo pasa y me siento más vieja que Matusalén, que según la Biblia vivió 800 y pico años. Y también porque he descubierto indagando por internet que es más que probable que mi hermana se haya echado un novio, que es más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado y después pedirle propina, y que encima la llama pitu, y no quiero hablar más de este tema porque me estoy poniendo de todos los colores de pensar… mejor no pienso nada.
Menos mal que vuelvo en nada, porque le voy a enganchar y le voy a hacer un buen lavado de cerebro. Esas cosas que nos proponemos las hermanas mayores que luego, llevadas a la práctica, no salen según lo esperado. Pero bueno, de esperanza y paciencia voy sobrada, pues con Omar tuve un óptimo y prolongado entrenamiento.

מרינה

sábado, 14 de marzo de 2009

Capítulo 41.

Creo que Omar sabe que a mi me gusta, pero lo que Omar no sabe es que yo se que él sabe lo que sabe, no sé si me explico. Volveré al principio de los tiempos entonces.
Hace unos cuantos días Oli se encontró a Parras, el amigo de Omar, en un bar y estuvieron hablando. Hasta ahí una cosa normal. Una típica conversación en un típico bar. Pero la historia continua en otro escenario.
He quedado con Joy para ir a comer a Omar Bar. Nos sentamos, pedimos y nos sirven. De repente me dice Joy:
-Oye, tengo que decirte una cosa.
-Vale, dímela.
-Es que… el otro día, cuando Oli estuvo con Parras, éste le preguntó que si era ella la que estaba enamorada de Omar.
-¿Quéééé? No me jodas.
Me he quedado completamente estupefacta, tan paralizada que la lechuga me cuelga de la boca y yo no me doy ni cuenta. Cuando consigo reaccionar me como la lechuga y bebo un buen sorbo de agua a ver si logro digerir este amargo trago. A todo esto, Omar sirviendo al resto de las mesas dando vueltas por detrás de mi.
-¿Y qué contestó Oli?
-Que ella tenía novio.
Intento serenarme para proceder a un análisis minucioso de la situación. Vamos a ver, si el Parras sabe que una de nosotras está enamorada de Omar será porque Omar se lo ha dicho, no creo que se lo haya sacado de la manga, por tanto Omar lo sabe. La cuestión es que Parras no nos ubica, no sabe quién somos cada una, sólo sabe que dos somos blanquitas y una mulata, por tanto, si le pregunta a una de las blanquitas que si es ella, es porque sabe que es una de las blanquitas, pero no sabe cual de las dos. Y si Oli le ha dicho que ella no era, pues sólo queda una servidora. Pero claro, Omar sí que nos conoce, de sobras, él nos diferencia, así que sabe que soy yo, y si no ya se encargará su amigote de contárselo, para el caso patatas, porque llegamos a mismo punto.
Oh, Dios, mío, ni aunque me pusiese las rodajas de tomate de la ensalada en los ojos me sentiría más ridícula. Por favor, que lo ha sabido desde hace por lo menos una semana y yo no he dejado de saludarle, de sonreírle, ¡que limpié todos los cristales de la terraza embutida en una mini camiseta! ¡Que se me veía hasta el pensamiento! ¡Y vosotras habéis visto cómo perdía la poca decencia que me quedaba y no me habéis dicho nada!
El muy asqueroso fijo que se partía el culo cada vez que me veía. Encima seguro que ahora se cree que es un latin lover, lo cual está muy lejos de la realidad, aunque ello implique reconocer que tengo gustos raros. Por mi parte voy pensando en cómo partirle las piernas y recuperar parte de mi honor.
Más tarde, en el metro, voy con unos compañeros del curso que acaban hablando de gobiernos sudamericanos, por lo que yo pronto desconecto y me siento en el suelo del vagón donde sus voces no me llegan. Y ya lo siento por los oradores, pero es que soy un poco ignorante y no sé nada del tema. Bueno, no voy a desprestigiarme tampoco, es que me llevan unos años de ventaja. Sólo pienso para mis adentros que lo único sudamericano que conozco es Omar, y la verdad, no tuve una buena experiencia, así que prefiero no conocer nada más siguiendo el lema “mujer precavida vale por dos”.
Decido, de momento, que esta cruzada terminó para mí.

מרינה

viernes, 13 de marzo de 2009

Capítulo 40.

Entro por la puerta de la clase de teoría de la literatura y es como si cambiase de época y de lugar y me tele transportase, cada jueves y viernes, a la clase de la película “el club de los poetas muertos”. La diferencia es que todos parecen ser listos, menos yo.
Ésta es una clase en la que cada cual puede expresar su opinión de manera libre, tanto si es estúpida como si es interesante, y en su mayor parte son estúpidas, y mucho.
El aburrimiento se apodera de mí en esta clase con demasiada frecuencia, y así, me da tiempo a elaborar una teoría que dice que, cuantas más palabras incomprensibles para el resto de la gente uses cuando te diriges al profesor, más parece que controlas el tema. Están más preocupados de la forma que del fondo, joder ya hablo como ellos, creyendo así que todo lo que dicen es de vital importancia para esa asignatura, y ni siquiera ellos mismos se entienden, eso sí, parece que están encantados de haberse conocido.
A los 15 minutos de clase le propongo a mi amigo osito, apodado de esta manera por esa cantidad de vello corporal de la que es poseedor, que juguemos a oso. Me mira confuso y me dice en voz baja:
-No sé jugar a oso.
-¡Pero cómo no vas a saber jugar si tú precisamente eres osito! Replico asombrada y en voz más alta de la que hubiese debido.
El profesor se gira hacia mí con una de esas miradas homicidas, que yo creo van unidas a la vocación de ser docente y sólo ellos saben hacer. Claras y concisas, consiguen transmitirte rápidamente lo que quieren, que te calles esa bocaza.
Justo cuando estoy empezando a pensar que olvidé mi cerebro en la cafetería, irrumpen dos personajes del tipo “hippie de filosofía” para hacer una votación acerca de si hay huelga o no, y de paso darnos el discurso, algo que les gusta mucho.
Salgo de esa clase y me paso a otra, menos sofocante, gracias a Dios.
Vuelven a llamar a la puerta y aparecen otros dos “hippies de filosofía” para lo mismo que antes. Dicen que va a ser sólo un momentito pero a uno de ellos le da por ilustrarnos. A mí ya me están poniendo un poquito frenética. Parece que el corte de pelo suscita en mí lo contrario a lo que le pasaba a Sansón, que recupero la fuerza.
Impulsada por no sé qué, levanto educadamente la mano, y, cuando me dan el turno de palabra, digo todo lo que tengo que decir, ésta vez sin demasiada corrección política. Les digo que se den prisita, que no entiendo el motivo de ésta estúpida votación, que por otro lado tampoco me parece ética y que, hablo en nombre toda la clase, que somos cinco, cuando digo que dejen de aleccionarnos moralmente, que ya somos mayorcitas y tenemos nuestras propias opiniones.

מרינה

jueves, 12 de marzo de 2009

Capítulo 39.

Si quieres, puedes. Curioso enunciado. Porque yo quiero comerme todas las galletas del mundo y no puedo. Porque yo quiero que la gente deje de matarse en guerras absurdas y no puedo impedirlo. Porque yo quiero que Omar me quiera y no puedo hacer que eso suceda.
No sé quién fue el primero que dijo esto, per desde luego era un vil mentiroso. Y hablo en masculino porque estas cosas a las mujeres no se nos ocurren.
Vuelvo hoy a un estado primitivo, es decir, que Omar me habla y parece que nací tartamuda.
Recuerdo que cuando se fue daba la impresión de que el bar estaba vacío, triste, sin vida, y ahora que ya ha vuelto, ha vuelto también con él la luz, la algarabía.
Le vuelvo a ver achinando los ojos cada vez que se ríe. Le vuelvo a ver apretar los labios cada vez que se concentra en una tarea. Le veo hoy, aunque me cueste reconocerlo, más guapo que nunca. ¿Será posible que me pase las tardes esperando que den las ocho para ir a verle? ¿Te puedes creer que me conformo únicamente con una palabra suya?
Muchas veces me quejo, y digo que está sacando lo peor de mí, lo cual es cierto, pero, también, sin él saberlo, saca lo mejor.
Después de divagar largo y tendido a través de mi mente, paradójicamente, llego a la conclusión de que, Omar, tú y yo somos de planetas diferentes. No sé que haría yo con alguien como tú, si en vez de sangre parece que tienes horchata en las venas. Si me pondrías histérica con esa parsimonia que te caracteriza. Además, pensándolo bien, y sin querer ser cruel, ¿de verdad estoy dispuesta a permitirte que me condenes a un vida de zapatos planos?
מרינה

martes, 10 de marzo de 2009

Capítulo 38.

He decidido que hoy me corto el flequillo. Me he imaginado como me quedaría y me ha parecido que voy a estar estupenda, divina de la muerte. Me visualizo y hasta me parezco una chica de las que salen en las revistas de peluquería. Pienso que, si yo una vez pude arreglar una tubería, ¡qué apañada que soy! ¡Todo un partidazo! Pues digo yo que también podré cortarme el pelo. Bueno, y lo que voy a fardar mañana entre las chicas de nuevo look, y todo completamente casero.
A ello voy. Me meto en el baño, selecciono los pelos que voy que voy a cortar, los agrupo, los tenso, engancho las tijeras y hago un corte rápido y tajante. Suelto los pelos y… ¡noooo! ¡Pero qué he hecho! ¡No puede ser verdad que me esté pasando esto!
Corto, a trasquilones, ni recto, ni con ninguna forma, una chapuza en toda regla. Desconsolada, quiero llorar, que yo con el pelo soy muy sensible. Lo mojo, lo seco, lo plancho, pero esto no tiene solución. Me veo un mes engominada hasta las cejas y con un alijo de horquillas.
Me sereno un poco y me voy haciendo a la idea de que esta fea que me mira desde el espejo voy a ser yo durante todo este mes, y ya me voy preparando una buena escusa para mi peluquera, para no tener que reconocerle que soy gilipollas, con todas las letras, y que no acabe pensando que en realidad lo que a mí me pasa es que tengo delirios esquizoides y me engancho a todo objeto punzante que encuentro en el camino, y acabo atacándome a mí misma, porque parece que eso es lo que he hecho.
Cuando llega Joy, la miro y la sonrío, en plan, ¿me notas algo raro? Su cara es todo un poema y la tía me suelta:
-Pero a ti qué te pasa, ¿que no te miras en el espejo?
Joder, pero qué tacto tienes, desde luego ya sé que me lo he dejado como el culo, pero esperaba algo más parecido a “tranquila”, “no te queda tan mal”, “crece en seguida”, algo más reconfortante.
A veces tengo la impresión de que el día en el que repartieron la inteligencia yo estaba por ahí perdida sin enterarme de nada.
Además, cómo voy a ir a ver a Omar con estos pelacos, si se va a asustar.

מרינה

lunes, 9 de marzo de 2009

Capítulo 37.

Dedicado hoy especialmente para RadioactivoMan-U.
Se celebra en la universidad un encuentro con unas estudiantes de Abu Dhabi. Todas las chicas de clase estamos expectantes por ver cómo son y qué nos cuentan.
Entre la clase que acabamos de tener, completamente soporífera, y el encuentro debe de haber cinco minutos libres. Salgo de clase escopeteada a ver si me da tiempo de fumarme un cigarrito, pero hoy no va a ver suerte y tendré que volver a clase con el mono. Cuando giro por el pasillo veo un grupo de cabezas con pañuelos, supongo que son ellas, así que me doy la vuelta con resignación y vuelvo a clase. Entramos todas en pelotón y nos acomodamos como podemos.
Las chicas en cuestión son todas más que estupendas. En nada tienen que envidiar a las estrellas de Holliwood, guapas y elegantes a la par. Nosotras al lado suyo parece que vestimos harapos, bisutería recogida de la basura y maquillaje de los veinte duros. Van todas de marcas hasta las cejas, más bien parece una pasarela de moda donde no falta Louis Vuiton, que no Louis Putón, ni Calvin Klein, no Calvin Klon, ni Prada, nada que ver con el bolso mantero que me compró mi madre marca Prado.
Por supuesto, todos los pañuelos van totalmente conjuntados con los atuendos. Hay una gran variedad pero todos coinciden en una cosa, que no tienen el tamaño de la cabeza de las chicas si no que parece que llevan dentro de ese pañuelo el moño de Amy Winehouse. Parece ser que la moda allí es ponerse un moño postizo, o algo parecido, para que la cosa quede bien abultada, eso sí, todo con mucho estilo.
Y hablando de Amy Winehouse, una de ellas es clavada, pero con un tono de piel más oscuro, además, la chica también parece estar un poco colgada ya que en cuanto toma asiento no se vuelve a mover, casi ni pestañea, y tiene una cara tedio que es todo un poema.
Las chicas se organizan y comienzan a hablarnos acerca de los Emiratos Árabes Unidos, entre otras cosas de su universidad y de los estudios que cursan en ella. También nos han traído unas joyas para enseñárnoslas, unos vestidos y unos regalitos, dátiles, etc. Además de monas y listas, simpáticas. ¡Ah! y también henna para pintarnos las manos. A mí como esas cosas no me van demasiado, cuando llega mi turno les sonrío educadamente y les digo, “ana la, shukran”, yo no, gracias.
Llega el turno del gran catedrático del departamento de estudios árabes e islámicos, un señor que, a mí personalmente, no me cae en gracia, bueno ni a mí, ni a ninguna. Y no es porque no sea sabio, que lo es, y mucho, es que dice abundantes tonterías, como por ejemplo:
-Lo que más me gusta de España son las gallegas.
Que no me ofendo porque no seamos las aragonesas las que más les gustamos, es que comenzar una conferencia con esas palabras no es precisamente lo que requiere el protocolo. O porque, en otra conferencia, sin venir a cuento dijo:
-Yo soy ateo, gracias a Dios.
Lo cual me parece fenomenal, cada uno que sea lo que quiera, pero no creo que nos interese ese dato a todas las personas que estamos aquí en este momento y en este lugar.
De repente algo me está deslumbrando, miro hacia el lugar del que provienen esos destellos y veo, nada más y nada menos, que un pedrusco de diamantes engarzados en oro blanco más grande que la mano de la chica que lo porta. No puedo si no comentarlo con mi compañera de al lado porque la cosa no es para menos. Una no ve todos los días tales alhajas. Comentamos y comentamos hasta que el ponente nos dice:
-¿Tenéis alguna pregunta?
-No. Decimos Rocío y yo al unísono con cara de niñas buenas.
Cualquiera le dice nada después de que le haya llamado le atención a una de las chicas árabes y le haya dicho que para hablar que se saliese fuera.
Tras media hora de palabrería sobre al- Ándalus cortesía del ilustre erudito, encima en árabe, creo que mi cerebro se autodestruirá en diez, nueve, ocho…Así que acabo imaginando que ese señor no está ahí y me transporto a mis mundos de Yupi, donde él no aparece. Ya me encargo yo de controlar mis propias fantasías, y yo decido quien aparece en ellas y quien no.
Llega ya la hora de irse y salgo del aula lentamente porque me he quedado literalmente, anonadada ante tanto glamour arábigo.
מרינה

domingo, 8 de marzo de 2009

Capítulo 36.

Me paso la tarde entera con Joy, y hay que ver qué impertinente está la tía. Dios sabe que la quiero un montón, pero eso no quita que a veces tenga ganas de escacharle la cabeza.
Ha pasado de la efusividad a la pesadez, luego a la histeria, más tarde a la tristeza del desamor, y finalmente a la depresión.
En la fase de efusividad caen unas buenas risas. Hacemos un repaso a los buenos momentos y jugamos a ver quién dice más barbaridades.
En la de pesadez acabo hasta la coronilla. Se pasa 20 minutos diciéndome:
-Voy o no voy. Voy o no voy.
Hasta que al final le grito al borde del ataque de nervios:
-¡Vete! ¡Pero a la mierda!
Al rato empieza a chillar por toda la casa porque cree que hay un gusano dentro de su pollo. Para tranquilizarla le hago una autopsia al animalito y acabo encontrando el supuesto gusano, que resulta ser un simple e inofensivo hilillo.
En la fase de desamor la escucho y la animo a que pase a la acción. Le digo que que te den calabazas tampoco es una tragedia, ya ves, a mí Omar me las dio, no explícitamente, aunque la cosa quedó bastante clara, y no me tiré al río, así que si a ella le pasa lo mismo, lo superará.
Finalmente llega a la de depresión, y en esa ya no tengo nada más que decirle. No soy la más indicada, ya que me paso el día deshojando la margarita, aunque cambiando “me quiere-no me quiere”, por “hoy te quiero-hoy no te quiero” y mi estado de ánimo tiene más pareces que la moños, como dice mi madre.
Eso sí, la advierto de que acabará volviéndose tan loca como yo si no hace algo pronto con el señor X.
Finalmente se mete en la cama, parecía que no se iba a ir nunca. Antes de cerrar la puerta y de obsequiarme con grititos de todo tipo me dice:
-Buenas noches, te veo mañana.
-Mira, con lo pesada que estás espero no verte por lo menos hasta la tarde. Le contesto.
Y la puerta, gracias a Dios, se cierra.

מרינה

sábado, 7 de marzo de 2009

Capítulo 35.

Hay algo últimamente que me roba el sueño, apenas me deja conciliarlo y hace que las noches pasen como si fuesen cinco minutos. Ayer viernes me dije, mañana no me levanta de la cama ni una bomba atómica.
7:35 un portazo me levanta de un salto de la cama. Vale, alguien acaba de llegar a casa.
7:45 llegan hasta mis oídos una especie de gritos. Me asusto. Me quito los tampones. Ya sé lo que pasa aquí. Esas cosas que te gustaría no haber oído nunca pero que, inevitablemente jamás se borraran de tu cabeza, por mucho que lo intentes.
7:50 intento relajarme y dormir.
8:00 intento relajarme y dormir.
8:05 no puedo más, me levanto y me meto en la cama con Oli. Me encojo, me abrazo a ella y me tapo con el edredón hasta que no veo nada. Espero que me traspase algo de este sueño tan profundo del que hace gala. Pero no, esto no funciona así.
8:30 me levanto y me siento en el sofá a desayunar, y a esperar a que salga ese Dios del sexo. Por supuesto que alguien que desencadene en una mujer esos gritos hace que me pique la curiosidad, qué menos. Encuentro por casa su abrigo, enorme, como dos veces yo, el tipo éste debe ser 4X4.
Es demasiado pronto, Omar todavía no se ha levantado, normal, sólo yo estoy despierta a estas horas, así que dejaré la limpieza de cristales para más tarde.
Al rato se despierta Oli y se une a mí en la guardia que he comenzado a la espera de ese ser supremo. La dejo en el sofá y bajo a por el vicio. Es posible que la espera sea larga, y seguro que necesitamos fumar.
Bajo a la calle, y siguiendo uno de mis numerosos rituales que implican a Omar, levanto la vista hacia su terraza y ahí esta, con una de esas camisetas de tirantes que provocan cuantiosas fobias entre las mujeres, y que gracias a Omar, no mejoran.
Él me mira, y yo le miro, pero ésta vez no le saludo porque sigue siendo un desaborido. Así que me doy la vuelta haciéndome la interesante, sonriendo satisfecha por no rendirme una vez más a sus encantos y me dirijo al estanco contoneándome.
Cuando llega una hora razonable, en la que la gente comienza a vivir, me pongo la camiseta más ajustada y con más escote que encuentro en el armario. Parece que voy encorsetada, todas las carnes que no deberían de estar ahí han desaparecido por arte de magia, y todo lo que la fuerza de la gravedad se empeña en bajar ha subido.
De esta guisa me planto en la terraza dispuesta a dejar los cristales tan limpios que Omar me va a ver desde su balcón hasta con brillo. El objetivo de hoy es conseguir que en la mente de Omar, al verme un poco sexy y haciendo movimientos circulares con la bayeta, se produzca un clic en su cabeza que le despierte ciertas connotaciones, como por ejemplo las guarrillas éstas que lavan coches en los videoclips americanos. Ya sé que para eso mejor va un bikini, pero me niego a llegar hasta tales puntos, ya me he humillado bastante.
Ni con esas Omar se fija en mi, con seguridad que no ha pensado nada del estilo de “qué mona la vecina”, o mejor “qué sensual”, hasta con un “qué ridícula” me conformaría, eso significaría que al menos me ha visto, o que al menos ha pensado, aunque sea por primera vez en su vida. Aunque, quizás es ese uno de mis problemas, que pienso demasiado.
Por fin sale de la cueva esa deidad del goce, sin camiseta y con aires de latin lover. Toma dirección al baño, pero al verme se detiene, cambia de parecer y se acerca a mí. Lo miro fijamente, vaya, no es dos veces yo, es cinco veces más grande. Me levanto para presentarme porque desde el sofá me voy a partir el cuello de mirar tan arriba. Me coge por la cintura, el chulo éste de mierda, y le da los buenos días a mi delantera. Confusa e irritada, lo miro con altitud, a pesar de que estoy mucho más cerca del suelo que él y le digo:
-Aquí no hay nada para ti.
Me deshago como puedo de su interminable brazo y me meto en mi cuarto donde ya me siento a salvo de esas zarpas.

מרינה

viernes, 6 de marzo de 2009

Capítulo 34.

Parece que la rodilla comienza a adaptarse a este repentino cambio climático y retomo la rutina del paseíto mañanero desde casa hasta la facultad. Uff, estoy un poco desentrenada, ¿será posible que todo el mundo me esté adelantando? Bueno, o que tengo las piernas demasiado cortas, porque soy muy pequeñita, o como yo prefiero decir, como los libros, tamaño bolsillo.
Ando y ando, y con éste viento, que hace que por un momento me transporte a Zaragoza, el lugar donde el cierzo me permite no peinarme en días, porque, total, a los cinco minutos volveré a parecer recién levantada, noto que las ideas se me van aireando, y autorizo la entrada a nuevos pensamientos. Me llega una de esas ideas rápidas, fugaces, que aparecen por la mente sin motivo aparente y sin previo aviso y que, para lo poco que duran, te dejan una huella bastante honda y una duda existencial.
Y es que, ¿no me estaré acostumbrando a Omar? ¿A ésta situación? ¿Se estará convirtiendo la ventana y todo lo que ella conlleva en un ritual? ¿O es que no tengo otro pito que tocar, literalmente?
Repentinamente otro asunto requiere con urgencia que le dedique toda mi atención. Vaya, un problema fisiológico, se me cae el moco.
Con este fresquito que hace, me paso el camino sorbiéndomelos, al principio cada diez minutos cronometrados, y poco a poco con más frecuencia. Tanto que, cuando llego a Ciudad Universitaria, los mocos me cuelgan hasta el labio, y así como caen, vuelven a subir. La desesperación se apodera de mí porque no tengo ni un triste pañuelo. Con 18 años menos esto no hubiese supuesto ningún problema, casi todas mis mucosidades hubiesen acabado en la manga de la bata del cole, otras, estiradas a lo largo del moflete, y fin de la historia. En lugar de eso, me aguanto y recorro el camino que me queda mirando hacia el cielo para evitar que el moco acabe llegándome hasta las rodillas, a sabiendas de que una minúscula e insignificante piedrecilla hará que me precipite al suelo con toda la elegancia que te permite una caída al barro, o sea, ninguna.

מרינה

jueves, 5 de marzo de 2009

Capítulo 33.

Estoy tirada en el sofá, practicando zapping y no viendo nada, subo y bajo por todos los canales y cuando termino vuelvo a empezar otra vez. Desde luego, desde que pusimos la TDT en casa esto es un infierno. Antes, como sólo había unos seis o siete canales, pues elegías en seguida, relativamente. Si ya me cuesta decidir qué quiero beber en un bar, a pesar de que acabo siempre con la caña en la mano, me pregunto cómo voy a elegir entre 30 canales. Finalmente me pongo uno que se llama Intereconomía, que es un auténtico tostón y que me interesa tanto o más que la reproducción del caracol, pero total, si al final ni escucho la tele, qué más me da, sólo es que me hace compañía.
En estos momentos, no hay nada que me apetezca más que un capuchino. Me dirijo hacia la cocina con la baba colgando sólo de pensar en la espumita. Vale, no sé cómo se hace un capuchino, pero digo yo que si agito la mezcla de leche y café en una coctelera, el resultado puede acercarse un poquito a lo que pretendo. Bien, caliento la leche en un vaso, la vierto en la coctelera, una cucharada de café, dos de azúcar, cerrar y listo.
Pues no, al primer movimiento que hago, las partículas lecheras deben de estar revolucionadas ahí dentro, y el tape de la coctelera sale disparado, y con el, todo el puto café, que maldita la hora en que se me ocurrió volver a experimentar.
Miro a mi alrededor, a través de mis nuevas lupas con los cristales tintados de color marrón, y veo toda la cocina chorreando café, incluso detrás del microondas, que no me explico cómo ha llegado hasta ahí. Me miro a mi misma y estoy exactamente igual, empapada. Lanzo un grito que va in crescendo y que resuena por todo el patio interior.
-¡La madre que me parióóóó!
Los cinco minutos siguientes me quedo plantada en medio de la cocina procurando asumir lo antes posible que tengo que ponerme a limpiar todo, de arriba abajo. Los granitos de azúcar están por todas partes, y hacen que me quede pegada a todo lo que toco. Me pongo manos a la obra, sin dejar de murmurar cagándome en todo lo que se menea y planteándome ya muy seriamente que tengo una capacidad innata para hacer que todo explote. Así que de ahora en adelante intentaré pensar, mucho, antes de entrar en la cocina.
Gracias a mis ya conocidas dotes culinarias, tú y yo juntos, Omar, acabaríamos desnutridos, así que me queda la esperanza de que seas todo un portento entre los fogones, o al menos algo apañado, porque no íbamos a alimentarnos a base de amor.
מרינה

miércoles, 4 de marzo de 2009

Capítulo 32.

Me retracto de todas y cada una de mis palabras de odio hacia Omar, que oye, lo habré llamado de todo, pero yo soy de las que piensan que nunca es tarde, un lema que llevamos por bandera todos los que somos metepatas por naturaleza.
Esto viene a cuento de que me ha contado un pajarito que ha vuelto a trabajar en el bar. Pobre Omar, con ese jefe al que le dan repentinos brotes psicóticos, con esa compañera que nos pone las tapas más rancias de toda la comunidad, con esa guarra que, cada vez que entro en el bar está de jiji-jaja con él, y, a la cual algún día le pondré gustosamente la zancadilla por la calle, pretendiendo, con premeditación y alevosía, dejarla sin piños. Estoy segura de que si la dejo como al risitas no la vuelve a mirar a la cara. Desde luego, Omar, que no me haces ningún bien, lo mire por donde lo mire, porque chico, desde que llegaste a mi vida aquel soleado día, ha salido lo peor de mí misma.
Pero bueno, tampoco me doy mucho más mal a la cabeza, porque yo siempre he sido una chica muy buena, y un poco de maldad tampoco le hizo nunca daño a nadie, además, como soy agnóstica perdida, tampoco tengo que ganarme el cielo.
Lo que tengo que hacer es empezar con mi rutina de cañas diarias, aunque las palabras de Joy “a ver si vamos a tener que llevarte a un centro de desintoxicación” resuenan en mi cabeza como un gran gong chino. No un centro de desintoxicación de sustancias nocivas, porque temiendo, y mucho, a la cirrosis, últimamente pedía las cañas sin alcohol. Más bien se refería a un centro de desintoxicación para drogodependientes del amor, como yo. Aunque, pensándolo con frialdad, no sé que es más nocivo, si unas cañitas con demasiada frecuencia, o lo que me hace sentir este chico.
Pero bueno, ¿estoy diciendo lo que creo que estoy diciendo? No me retracto ni de coña de todo lo que he dicho sobre él. ¡Será posible que lo esté defendiendo! Que no, que sigue siendo un soso, aunque un soso muy mono.
מרינה

martes, 3 de marzo de 2009

Capítulo 31.

Para mi desdicha, salgo a la calle y está lloviendo. Me preparo para lo que viene siendo un tormento de día gracias al menisco, legado de mi padre, y por el cual le estoy sumamente agradecida, porque a elegir entre dos de sus peores particularidades, me quedo con la rodilla de vieja y descarto la nariz, sin lugar a dudas. Con los sudores que me ha costado bajar las escaleras, ahora tengo que subir a por el paraguas. Manda huevos que pase la mayor parte de mis días mirando por la ventana y cuando realmente hay necesidad, ni me acuerdo de que existen unas aberturas con cristal en las paredes de casa, que sirven para otras cosas que no tienen nada que ver con el espionaje.
Como el ser humano, por naturaleza, busca el placer inmediato, en este caso el alivio inmediato, desecho la idea de volver a subir y volver a bajar las condenadas escaleras y me voy sin paraguas. Y no hay que ser muy avispado para imaginar cómo he vuelto después de clase, con mis pelos de ratona pegados a la cabeza, el plan casquete.
Sin saber cómo, llego a clase a y 35, 15 minutos antes de mi media del curso, y de la carrera en general. Es demasiado pronto para mí, no puedo aguantar todo el pestiño de clase de gramática, así que esto se merece un pitillo en la puerta de la facultad para celebrar la puntualidad de hoy. Bueno, no es que yo sea impuntual, yo prefiero decir que soy puntual, pero a la hora que a mí me da la gana, que a mí las imposiciones no me van. Así pues, con este extraño concepto de la puntualidad que tengo, es más que probable que mis amigos algún día me dejen tirada, porque después de tanto tiempo y tantas esperas, sigo utilizando la escusa de, no…, claro…, es que aquí en Madrid, con el metro y tal, me cuesta calcular cuánto voy a tardar. Cierto es que la escusa ya huele, en consecuencia me planteo seriamente ir buscando otra un poco más creíble.

מרינה

lunes, 2 de marzo de 2009

Capítulo 30.

Vuelvo a las andadas, sí, es inevitable no buscarlo en su balcón, y más después de cuatro días, creo, sin verlo aparecer. Si no fuese porque la persiana de su cuarto me hace pensar que todavía sigue vivo alguien ahí dentro, empezaría a considerar el hecho de que se hubiese mudado. Cabe la posibilidad de que haya encontrado curro, pero no, yo creo que el memo éste está todo el santo día de farra.
Así pues, cada vez que salgo a la calle lo busco en todas las esquinas, con tanto esfuerzo creo que estoy empezando a agudizar más el sentido de la vista. Y hoy casi me lo encuentro, digo casi porque he visto uno, que vamos, de verdad, que compartía con Omar el 85% del código genético. Qué poco me ha faltado para ir detrás de él y decirle, si me prometes que no me harás daño, me enamoro de ti y me olvido de Omar. Si es que al principio creía que era él, y cuando se ha cruzado conmigo he girado tanto el cuello que hubiese pasado por la niña del exorcista. Al ver que no me saludaba ya he comprendido que no era él, porque Omar será un soso de categoría, pero un hola tampoco le supone un esfuerzo sobrehumano.
Ya en la academia, les ha dado por decir que los panchitos eran unos guarros, y que venían de la selva, y a mí eso me ha dolido en el alma. Uno, panchito sólo lo llamo yo, y dos, mi panchito será un retrasado mental, pero no un guarro. Además, yo puedo insultarlo, todo lo que quiera, y más, pero el resto del mundo, ni hablar.
Por el camino de vuelta a casa la rodilla me está matando de dolor. Camino con la pierna arrastrándola, si parece que me la voy olvidando por el camino, por Dios. Iracunda, farfullo y clamo al cielo por haberme castigado por ser una arpía y una mala pécora, que sólo le desea a Omar dolor de higadillo.

מרינה

domingo, 1 de marzo de 2009

Capítulo 29.

Llegué a la capital hace casi cuatro años con el propósito de estudiar árabe, algo que casi nadie alcanzaba a entender, pero la tozudez siempre fue una de mis mayores virtudes, y de mi errores también. Así pues, soporté comentarios de todo tipo como ¿qué te enseñan en clase, a fabricar bombas caseras? Comentarios que, al principio, yo no me tomaba con mucho humor, pero después de cuatro años, como a todo en esta vida, aprendí a ponerle mi toque especial, y contestaba, claro que sí, así que ten cuidado no llame a mis colegas kamikazes.
O, ¿te vas a casar con un árabe? Sí, incluso comparto harén con tres mujeres más, muy majetas todas ellas.
Ya sé que alimento los típicos tópicos acerca del pueblo árabe y musulmán, y, precisamente, yo no debería, pero me canso ya de explicarle a la gente cosas que no quieren oír, y que por ello, nunca comprenderán. Por tanto, únicamente me limito a contestar sus preguntas respondiendo lo que de verdad quieren escuchar, eso sí, con todo el sarcasmo reunido durante estos años, a base de tragar con infinitas tonterías.
Es más, con el sarcasmo consigo más que haciéndome entender. De esta manera logro mostrar mi desprecio y de paso también les informo sutilmente de que son unos ignorantes. Y no es que yo sea el colmo de la sabiduría, yo siempre digo que el primer paso hacia ésta es reconocer la propia ignorancia, así que yo lo reconozco, soy una ignorante. Por ello, pregunto, escucho y no preconcibo nunca, o eso intento.
Por otro lado, el inútil éste lleva dos días sin aparecer. Lo más probable es que siga etílico perdido adosado a su cama después de las juergas que se debe de estar pegando estos días. Y yo, como estoy muy vengativa sólo le deseo que le duela el higadillo horrores, porque en lugar de salir por ahí en busca y captura de una panchita de culo plano, debería de estar tirado en el sofá conmigo, que al menos tengo un culo redondito.

מרינה