martes, 31 de marzo de 2009

Capítulo 54.

Omar está graciosillo, y eso raro, verdaderamente raro. Tengo la impresión de que tras esta simpatía repentina se esconde un asunto oscuro, todavía no sé que es, pero su novedosa actitud se sale de los parámetros de lo normal. No me tiene acostumbrada a esto, más bien me tiene educada en el mundo de los monosílabos.
Hace ya varios días que no nos pasamos por allí, hemos perdido nuestra rutina de visitarle en el bar un día sí y otro también, principalmente porque yo empiezo a perder mi interés por él. Y no es descabellado pensar que este inédito salero tenga algo que ver con mi mermada paciencia y que, ahora que ve que me hundo en el desinterés por él, haya decidido sacar a pasear su escondida labia.
Me acerco a la barra, no sin cierta vergüenza, y le pido dos cañas, una de ellas sin alcohol. Me las sirve y le pregunto que cuál es la sin. Me mira fijamente durante unos segundos que se me hacen eternos y, vacilantemente, me sonríe y me dice:
-Adivina.
Hoy parece que tiene ganas de jugar, estará más aburrido de lo normal.
-Omar ¿cuál es la sin? Le digo pacientemente, pues no tengo ganas de juegos, y mucho menos con él.
-Son las dos iguales. Tienes que beberla con alcohol.
Yo le pongo cara de malas pulgas, pero él me contesta con una mirada desafiante y una sonrisa burlona. No me quita la mirada de encima y yo empiezo a sentirme demasiado incómoda, me quedo, una vez más, paralizada, hasta que mi voz interior me dice:
-Oye guapa, di algo, que llevas ya un ratito sin hablar y mirando al vacío con cara de lela, y él sigue delante de ti.
Reacciono y le digo:
-Va, Omar.
Los comentarios chistosos no quedan ahí, se suceden hasta que salimos por la puerta del bar, pero yo sé que el próximo día tendremos una nueva ración de éstos, pues hoy Oli ha traído la bici y Omar, por la ventana, nos ve marcharnos a las dos montadas. Yo de paquete con las piernas muy encogidas y Oli intentando hacerse con el manillar a la vez que pedalea.
Por dos veces casi acabamos empotradas en un árbol, y las junturas de la acera, que hacen que vayamos botando, me están haciendo polvo el culo. Aún así cogemos velocidad y cuando nos cruzamos con gente, Oli hace sonar el timbre que informa de que se acercan dos kamikazes con un freno roto y que, por seguridad, todos se aparten de nuestro camino. Gritamos y reímos sin parar, como dos niñas, hasta que llegamos al portal y caemos en la cuenta de que ahora hay que subir la bici hasta casa, qué gran putada.

מרינה

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