lunes, 13 de julio de 2009

La misma monserga de siempre.

Nos congregamos todos alrededor de una mesa rebosante de alimentos, apiñados, pues, aunque es grande, nos resulta insuficiente. El tamaño importa, y quien diga lo contrario miente como un bellaco, pero esto no quiere decir que sea lo más importante, y finalmente, nos apañamos estupendamente con lo que hay, y tan contentos todos. Hasta que aparece la abuelita, afectada de petarditis aguda crónica, haciendo gala de sus artes de inoportuna consumada.
Hago acopio de toda la paciencia habida y por haber, tomo aire preparándome para el chaparrón e intento ponerme el piloto automático para asentir en todo momento, implorando que su visita no dure mucho y duela poco. Ilusa de mí.
La miro por el rabillo del ojo y la veo cabeceando. Un movimiento nervioso y repetitivo de asentimiento que me recuerda a algo y que me obliga a indagar en mi memoria, emergiendo rápidamente varias similitudes.
Es como los loros de mi amiga cuando se agitan inquietos dentro de su jaula. Es como el movimiento de cuello de una gallina al andar. Es como el muñeco que deja Homer Simpson al lado del ordenador presionando una y otra vez la tecla Enter, en el capítulo en el que se vuelve más gordo de lo que es para trabajar en casa. Mola.
Y me digo, chica, ríete, la risa lo cura todo, y, dentro ya de pleno en una de estas situaciones en las que no tengo demasiado claro si cortarme las venas o dejármelas largas, pues abuelita, calculando grosso modo, lleva 45 deleitándonos con su arrolladora verborrea, quizás lo más sensato sea eso, soltar una carcajada y liberar tensiones. Así que la suelto. Me parto el culo, me escojono, y conmigo Raquel, la propietaria de los loros.
Y eso es lo que hago ahora, sentada en el alféizar de mi ventana mientras observo en la lejanía los fuegos artificiales del pueblo de al lado, apurando el último piti del día y reflexionando sobre un fin de semana cargado de agradables e inesperadas sorpresas. Me río, pues la risa es el azúcar de la vida, y sin azúcar, el café, como la vida, es amargo.

מרינה

miércoles, 8 de julio de 2009

El código genético no falla.

Es probable que a alguna de nosotras ya nos hayan dicho alguna vez esa expresión que cae sobre ti como una apisonadora, “eres igual que tu madre”. No importa la boquita de la que proceda dicha combinación de palabras que juntas forman un cóctel molotov, porque el resultado es el mismo. Sonrisa, asentimiento y por dentro te estás cagando en la madre que parió a Panete y a toda su familia.
El problema no es ser igual que mi madre, que en ocasiones reconozco que lo soy, sobre todo cuando me entra el nerviosismo, cuando pretendo ser esa mujer rayo que intenta sobrepasar la velocidad de la luz y acabar con todas las obligaciones en un abrir y cerrar de ojos, o cuando nos gritamos la una a la otra sin ningún control hasta que nos quedamos bien descansadas. Y sí, es una putada parecerse a tu madre, sobre todo en los aspectos menos loables, pero dentro de lo malo no es lo peor. El problema es darte cuenta de que eres igual que tu abuela, eso sí que es una catástrofe de dimensiones descomunales, y más cuando es un ser poco social, concretando más, huraño.
Caminaba de vuelta a casa con Frodo sumida en mis pensamientos, cuando veo a la abuelita escondida en la penumbra de su ventana, mirando a través del cristal como de costumbre. Yo prefiero llamarla “Gran hermano”, y no por las virtudes propias de un hermano mayor, más bien por el programa de televisión. Abuelita es como una de las cámaras de la casa, 24 horas al día de vigilancia y ni el más nimio detalle queda fuera de su campo de visión, vamos, como si fuera la guardiana del castillo.
Y en ese mismo instante algo ha hecho “click” en mi cabeza. ¡¡¡Por las barbas de Cristo si soy igual que mi abuela!!!
Ya sabía yo que eso de montarme el puesto de vigilancia en la terraza, controlar cada paso que daba Omar y conocer al detalle todos sus movimientos lo tenía que haber sacado yo de algún sitio, que no se me había ocurrido sola. Y es que entre la vena cotilla del pueblo y los genes alcahuetes, herencia de abuelita, no podía ser de otra manera. Lo raro es que estas tendencias no hubiesen aflorado antes.
Y yo me pregunto ¿y si abuelita hubiese sido consciente de su potencial espiatorio hace unos cuantos añicos? ¿Hubiese cantado otro gallo? Nunca lo sabré.

מרינה

lunes, 6 de julio de 2009

Breve disección de la adolescencia.

¿Cómo se reacciona cuando tu hermana pequeña, con la que te llevas nueve años, y a la cual consideras que todavía es una canija, te presenta a su novio?
Demasiado bien no, desde luego. Por mi parte la boca abierta de par en par, imposible de cerrar e incapaz de articular palabra, los ojos como platos y el cuerpo petrificado. Le doy dos besos y le digo que encantada porque mi cabeza no da para más, y menos después de un número imposible de determinar de vasos de sangría, vamos, que son muchos.
Y como ahora las nuevas generaciones se comunican vía Tuenti, y el alcahueteo es algo que llevo en la sangre, me dispongo a revisar cada recoveco de la página en busca de pistas sobre la parejita y su conducta.
Por lo pronto llama mi atención el uso de una escritura poco común y que dificulta mi lectura. Abreviación de las palabras suprimiendo vocales, típico en los sms, hasta ahí todo normal. El problema llega con el alargamiento, cuya finalidad no encuentro por ningún lado, pues el lenguaje siempre tiende a ser perezoso. Se añaden vocales de alargación y se introducen haches donde más le plazca al interlocutor. Un ejemplo, si yo me llamo Marina, para ellos soy Mariinah. Curioso eh.
Otro de los rasgos comunes al grupo es que todos se quieren a rabiar, una barbaridad. Las muestras de cariño y afecto se repiten en cada uno de los comentarios de las ciento y pico páginas que he conseguido leer, y que han hecho que mi cerebro se reblandezca aun más si cabe tras la resaca que sobrellevo a duras penas.
Sin olvidarme de los incalculables “jajaja”. Todos se parten el culo, sin motivo aparente, como por inercia. Parece ser una especie de “corto y cambio” o algo del estilo. Ejemplos: “me voy a hacer un bocata de chorizo jajaja” o “mañana nos vemos en clase jajaja”. Vamos, me parto y me mondo jajaja en clase. Me pregunto si eso irá con segundas.
Total, que entre tanto vocablo marciano, tanta risa, tanto amor y tanta foto de poses con morritos y sacando culo, no me he enterado de la misa la media. Hay que ver con estas generaciones venideras.
En fin, que me voy al cine de las sábanas blancas jajaja, ah, y que no se me olvide, t qiierooh.

מרינה

jueves, 2 de julio de 2009

Confianzas en Carolina Herrera.

Tenemos un encargo. Reixel y yo caminamos por la zona más pija de la ciudad dejando atrás boutiques de moda tan fuera de mi alcance que ni giro la cabeza al pasar por los escaparates, señoronas de elegancia incuestionable y niñas con demasiado dinero en sus monederos, de marca, por supuesto. Nuestro destino es Carolina Herrera.
Voy más perdida que Alfredo Landa recién llegado a la capital y con una mueca de aflicción fruto de los retortijones de tripa, de una especie de tapón en el culo y de un sofocante calor propio de una ciudad sartén como es Zaragoza. Tengo malas noticias, me cago que no puedo con mi alma.
A duras penas y con el culo preto llegamos a CH. Bolsos, de tela, de piel, de todos los colores, inundan las estanterías. Zapatos, planos, de tacón, con bordados, con hebillas, todos los toco a mi paso. Aprovecho el momento, no es descabellado pensar que sea la única vez que tenga en mis manos un zapato de esa categoría. Por Dios, parezco un gitano en Zara.
Aun así, mis necesidades no cambian, y la urgencia del momento me pide un excusado echando ostias. Joder, no puedo, en un lugar como este no puedo. Me debato entre convertirme en “aquella que le dejó un regalito a Carolina Herrera” o convertirme en un mutante de color cambiante. ¡Mierda! Nunca mejor dicho.
Finalmente me rindo a mis inminentes necesidades primarias y me acerco sigilosa a una de las dependientas, me pongo a su lado y, con un susurro y muerta de la vergüenza, le digo que necesito hacer uso forzoso de su glamuroso baño. Me mira burlona y, antes de que comience a cavarme un hoyo y me meta en el, me conduce por un pasillo hasta la ansiada puerta.
Salgo por fin, y cuando conseguimos lo que veníamos a buscar, nos dirigimos a la caja en la cual encontramos unas tarjetitas que me llaman desde su caja de piel y me dicen a gritos cógeme. Obediente, cojo un buen tacote y me las meto al bolso. Total, ya he dado la nota, por unas tarjetas nadie va a armar un gran revuelo, y si lo hacen, alegaré que, como yo le he dejado un recuerdo a Carolina, yo también quiero llevarme uno de ella.
מרינה