miércoles, 29 de abril de 2009

Capítulo 72.

Son las cuatro de la tarde y me preparo para un día campero, merendola incluida. Frodo no entra en mis planes pero me mira desde las escaleras de casa con ojos de cordero degollado y yo no puedo con esas miradas, a pesar de que sé que me va a llenar el coche de mierda y luego estaré maldiciéndolo unos cuantos días.
Lo subo en el asiento trasero haciendo oídos sordos de las recomendaciones de Reix que me dice que lo meta al maletero, pero yo sólo pienso en los posibles traumas claustrofóbicos que puede llegar a desarrollar. Me parece de una crueldad importante y considero más adecuado atarlo con la correa a lo primero que pillo.
Arranco y empieza a ponerse histérico, no es muy amigo de los coches pues no puede controlar el movimiento y comienza a dar vueltas por el asiento. Saca la cabeza por entre medio de los dos asientos, pero antes de que pase consigo atestarle un codazo para que vuelva a su sitio. Él no se da por vencido y mete la cabeza, y después todo el cuerpo, por el lado de la ventanilla hasta que se posa sobre mis piernas.
Madre mía, con la mala suerte que tengo seguro que se me aparecen ahora los hombres de Paco (la policía local, cuyo jefe casualmente se llama Paco) y me meten un buen puro. No hemos andado ni 30 metros pero decido parar el coche de un frenazo porque Frodo acabará subiéndoseme a la cabeza y probablemente ya no necesite merendar, pues me estoy comiendo una cantidad de pelos poco recomendable. Bajo echa una furia porque a este puto perro no se le puede sacar de casa y, como ya me habían recomendado, lo meto en el maletero como puedo.
Se pasa todo el camino chemecando y lloriqueando, en parte porque me estoy comiendo todos los baches del mundo mundial, pero yo hago oídos sordos, excepto cuando no lo oigo gemir, que entonces me pongo a llamarle como una loca porque creo que ha muerto.
La tarde campera se sucede no sin varios incidentes, parece ser que nos creemos un par de aventureras en busca de tierras vírgenes que explorar. Primero no encontramos el dichoso río, más tarde me meto por un camino embarrado del cual tengo que salir marcha atrás chocándome finalmente con un montículo de tierra que juraría que antes no estaba allí, y para terminar, acabo metiéndome por un camino todavía peor que el anterior que resulta no tener salida. Vamos, que como exploradora tampoco tengo futuro, habría que verme en un safari o una cosa de esas.
Y así me paso la tarde, visitando los campos del pueblo, intentando sacar a Frodo del coche porque está acojonado y echándole algún grito de vez en cuando porque el muy cabrito, o se está rebozando por todas las hierbas o se camufla entre ellas y no hay manera de encontrarlo.

מרינה

lunes, 27 de abril de 2009

Capítulo 71.

La pequeña ha hablado. Salió a la luz tras su prolongado letargo y abrió la boca más de lo que debió, pero ésta me la paga, y la venganza, como ya le he dicho al oído e intentando no reírme, se sirve en plato muy frío.
La pulga pronto se enteró de la existencia de Omar y encontró un pequeño resquicio por el cual cabían sus sucios chantajes. Dejarse extorsionar por una niña de trece años es muy triste, lo sé, pero, conociendo a mi madre, preferí acceder a sus deseos antes que aguantar comentarios de todo tipo a la hora de la comida, cuando no puedes huir a ningún sitio.
-Quiero…(lo que sea), o se lo digo a mamá –me decía la puñetera criatura.
Hasta que encontré la forma de devolvérsela, porque a una hermana mayor no le puedes ir de resabida por la vida, que ya se las sabe todas. Así pues, me puse manos a la obra, removí cielo y tierra hasta que encontré algo que pudiese resultarme útil. Fotos de poses con comentarios de un tal Tony es justo lo que hallé, mejor imposible, pequeña, me lo has puesto en bandeja.
Yo, ni corta ni perezosa descargué todo ese valioso material y, con una sonrisa de oreja a oreja se lo mostré a mi madre, que días más tarde torturaba a la nena con comentarios estúpidos y preguntas de cualquier índole. Ella refunfuñaba, resoplaba y evitaba a mi madre a toda costa mientras yo observaba satisfecha la escena desde el santuario de mi cuarto.
Ahora la que sufre el martirio soy yo pues, a cada gesto o comentario mamá lo relaciona con Omar. Veamos unos ejemplos:
-Dame un masaje.
-No.
-Seguro que a Omar se los das, o bueno, ya te gustaría.
Pues sí, ya me gustaría, me dan ganas de decirle, pero ese no es el tema que nos ocupa ahora. La cosa es que creo que mi consanguínea y yo estamos entrando en un círculo vicioso de desafío del cual no veo el final, porque ahora que la torturada soy yo, clamo venganza.
Por cierto, aprovecho para dar publicidad a mi nuevo blog sobre música árabe, que todavía no tiene mucho contenido, pero que lo tendrá, o eso es lo que me he propuesto. ecosdelmagreb.blogspot.com

מרינה

domingo, 26 de abril de 2009

Capítulo 70.

Frodo comienza a saltar a mi alrededor. Sé muy bien lo que quiere, que lo saque, pero estoy muy perra, más que él si cabe.
No le gusta salir a la calle solo, y eso que es el perro que se autopasea. Aquí las cosas funcionan de forma diferente, así pues, cuando el chucho pide paseo, se le abre la puerta y él solito se da vida. Cuando quiere volver a entrar da un golpe a la puerta, se le abre y ya está, práctico ¿no?
Se apoya en mi espalda y me rasca con las uñas, asoma su cabeza entre mis piernas, se sube a la silla que tengo al lado y pretende, haciéndose un hueco con el hocico por debajo de mi brazo, que yo desvíe mi atención de los apuntes de turco hacia él. Me enfado porque va a ser la cuarta vez del día que despego sus pelos canosos de mi camisa negra, pero cuanto más me enfado más salta y más pelos salen volando en todas las direcciones, y en especial hacia mi camisa, que parece que los atrae como si de un imán se tratase.
Después de dar mil botes encima de mi cama decido salir a pasearlo o, para ser más concretos, a que él me pasee a mí, porque eso es lo que hacemos, él tirar de la correa y yo seguirle el ritmo como puedo al mismo tiempo que intento recordar la letra de una canción de “La Señal de Flint”.
Al llegar a la calle principal me hace lo de siempre, agachar el culo para proceder a la expulsión de residuos. Rápidamente abro mi voluminoso bolso, en el que puedes encontrar de todo, rezando para encontrar una bolsa, o cualquier cosa que hagas las veces de. Mucho a mi pesar lo más que se parece a bolsa es unos sobrecitos de sacarina y, por un breve momento, pienso en cómo voy meter allí sus deposiciones. Desecho esta idea, más que nada porque es inviable lo mire por donde lo mire y opto por tirar de él, arrastrarlo la mayor distancia posible y esconderme de las miradas desaprobatorias. Así que me lo llevo como puedo con el culo en pompa y dejando un rastro de “guisantes” que harán fácil nuestra busca y captura si nos toca hoy un vecino cabrón. Aunque esto no me pasaría si fuese un poco más cívica, o menos olvidadiza. La segunda me va más.


www.myspace.com/laxdeflint Son grandes!!!
מרינה

viernes, 24 de abril de 2009

Capítulo 69.

Una vez más me dispongo a surcar la A-2, esta vez con un compañero de viaje del cual no tengo nada que objetar. Cierro los ojos y me concentro en lo que escucho. Va a ser de los pocos días en los que no me quedo observando el paisaje que va quedando tras de mí. Está grabado con fuego en mis retinas de tanta ida y vuelta y casi puedo recordar cada detalle del camino.
Dos son mis puntos preferidos, Brihuega, pasado Guadalajara, y su castillo con el cartelito de interés turístico, que hace que siempre que pasamos me diga que algún día iré, y así pasará toda la carrera y todavía no lo habré visitado; y un punto localizado a hora y media desde Zaragoza a Madrid, es simple, pero yo encuentro en él un encanto especial. Es una cuesta, hay una especie de montículo al cual le han hecho un corte tajante para que la carretera pueda atravesarlo. Lo que me fascina son los estratos de la tierra, los sedimentos acumulados durante miles de años y los dibujos que éstos han creado al plegarse por la fuerza de placas tectónicas o cosas de esas. No sé si me explico, y ya sé que es algo muy simple, pero no dejo de quedarme admirada ante la acción de la naturaleza sobre el territorio arcilloso.
Llegada por fin a la estación central de Zaragoza. Bajo del bus, me hago un hueco entre la gente para coger la maleta. Bien, alargo un poco el brazo y ya la toco. Me agacho, la cojo, tiro de ella y al incorporarme, clon, ostión en la cabeza al canto. Lanzo un aullido involuntario que provoca miradas y risitas varias entre el resto de los viajeros y parte de sus familiares.
Logro escabullirme del control de maletas escondiéndome entre el gentío y gracias a que se me ve poco, que alguna ventaja tenía que tener esto de ser tamaño bolsillo. Subo arriba y la torre del agua y el puente del tercer milenio, reflejos de una buena temporada para la ciudad, cuando apenas podía andar por el centro y miraba con curiosidad la manada de turistas, nos dan la bienvenida a mí y a mi cigarrillo conjuntamente.
Me queda todavía media hora hasta el próximo bus, así que tiro al suelo mi maleta y me siento encima de ella observando desde la dársena que me corresponde a la variada gama de personajes que se dan en las estaciones. Maldita sea, tenía que haberle pedido a alguien que viniese a buscarme.

מרינה

jueves, 23 de abril de 2009

Capítulo 68.

Camino por la calle y noto que me miran. Los conductores que están sumidos en el atasco observan mis pasos, no tienen otra cosa que hacer, sin contar los que buscan petróleo dentro de su nariz, que da la impresión de que acabarán llegando al cerebro. El gigantesco camión de la basura se ha quedado también atrapado entre la multitud de coches y desde el interior veo algo que se mueve, aguzo la vista, son los dos basureros saludándome divertidos. Podría parecer que los conozco, pero no es el caso y giro la cabeza avergonzada bajando la mirada al suelo.
Continúo mi camino hasta la rotonda del museo del traje, paro en el maldito semáforo que siempre está en rojo y la misma historia. El conductor de la ambulancia más preocupado por mí que por atender alguna urgencia también alza su mano, me sonríe y leo en sus labios un “hola”.
Llego por fin a la avenida de la Complutense, me encantan estos paseos matutinos, pero cuando llego a clase podría meterme otra vez en la cama, pues ya voy muerta y las tripas comienzan su concierto sinfónico. Diviso un coche lleno de chicos, juraría que conozco al copiloto, pero seguramente estoy equivocada, y como me he quedado un poco colgada mirando, me echo al bolsillo otro amistoso saludo de los cuatro ocupantes vehículo.
Ya me acerco al decrépito aunque adorado edificio de filología, aunque antes se interpone un taxista que todavía no se ha quitado las legañas de los ojos. Apoya el brazo en el borde de la ventanilla, su único brazo moreno, fija su mirada sobre mí y ejecuta un movimiento de saludo con la cabeza.
Me pregunto qué está pasando hoy con el mundo, parece que todos se han levantado con el pie derecho y han dejado de lado el mal humor que en ocasiones provoca esta ciudad y su atestada circulación. Pero gracias a todos ellos hoy entro a clase más contenta que unas castañuelas y con el ego por las nubes, hasta que el desgraciado del profesor de textos históricos me devuelve a tierra firme cuando me dice:
-Tú eres mi paisana ¿no? La gallega.
Mi ceño fruncido contesta por mí. No tengo nada en contra de los gallegos, única y exclusivamente en contra de esa, que es una petarda, es más fea que pegarle a un padre y tiene el culo del tamaño de Brasil. Y no es que yo sea un prototipo de diosa de la belleza, pero me niego en rotundo a aceptar cualquier parecido con esa, por muy lejano que sea.
מרינה

miércoles, 22 de abril de 2009

Capítulo 67.

Me cago en los astrónomos, árabes tenían que ser, que inventaron lo que ellos llamaron almanaque, en las matemáticas que nunca fueron mi punto fuerte y en mi ineptitud para la administración de mis bienes. Soy insolvente, y como me descuide también indigente.
Cualquier día voy a tener que echar mano de los comedores sociales. Tendré menos pinta de mendiga que los demás, pero también menos dinero en los bolsillos que los demás, que ya es decir.
No me puedo creer que después de cuatro años no haya aprendido a gestionar mi capital, ni tampoco a contar. Le echaría la culpa al calendario pero eso no va a hacer que me lluevan monedas del cielo, aunque uno de eso milagros bíblicos me vendría de perlas en estos crudos momentos.
La cosa es que no sé cómo podía estar tan empeñada en que este viernes ya era día uno, y mira que ayer sabía a qué a fecha estaba, por ello no entiendo que mi cabeza obviara todos esos números que van del 21 al 30 y empiezo a pensar que tengo un grave problema de amnesia matemática. Empezaré a aprender a vivir del aire que respiro, porque los cafés en la facul son sagrados, y con esta fortuna que tengo no puedo permitirme muchos excesos y, sospecho que la semana que viene hasta comer sea un síntoma de opulencia.
Hace cuatro años que los días 20 empezaron a ser final de mes, y este va a ser uno de los peores, estamos a día 22 y 22 euros exactamente es lo que queda en mi monedero. Malditas ironías de la vida, a ver cómo me las apaño yo ahora, pues me niego a volver otra vez a Oli con las orejas gachas y avergonzada por no saber controlarme, para decirle “eh… oye… ¿me prestas unas pelillas?”.

מרינה

martes, 21 de abril de 2009

Capítulo 66.

-¿Has llorado?-me pregunta Oli.
Sonrío, agacho la mirada y niego.
No es descabellada tal pregunta. Entre sollozos llegué al mundo, haciendo pucheros me pasé los primeros años de mi vida y así llegué a ser como soy, de lágrima fácil.
Mi madre siempre me recuerda que me pasaba el día llorando, hablaba llorando y eso era algo que acompañaba a todo lo que yo hacía.
-¿Es que todo lo tienes que pedir llorando?-me dijo un día.
-Es que no lo puedo evitar.
Cierto, no puedo evitarlo, me emociono fácilmente. Si me pasa algo malo, lloro, y si me pasa algo bueno, también. Lloré con mi primera beca, con mi primer sobre, con casi todas las pelis, con las despedidas… soy un caso.
Lloré como una magdalena cuando Ruth se fue, mi pequeño saltamontes, mi casi alma gemela, no había consuelo para mí, pero he conseguido no soltar unas lagrimitas cuando la he visto. Mi compañera fuenlabreña de andanzas por la comunidad, mi familia de la capi. La que siempre me recuerda las cosas, así me va, ocho meses sin ella y esto es un completo desastre.
A veces la mataría, a veces tiene cada una de bombero, pero sólo ella se comió una bronca que me correspondía a mí por reírme de una compañera de clase. Era inevitable no reírme de la pobre chica que confundió proselitismo con proxeneta, pero reconozco que las carcajadas en estéreo y el hecho de señalarla con el dedo como una acusica eran detalles que sobraban.
Sólo a ella dejo que me diga cosas como “qué fea la hija de puta” a causa de una maldita foto en la que parezco una ratona, y sólo a ella mando mensajes del tipo “tía, llevo las tetas llenas de cerveza”, que nadie piense mal, es que del ciego que llevaba se me calló el litro encima.
Te echo de menos, demasiado.

מרינה

domingo, 19 de abril de 2009

Capítulo 65.

Sentir pasión por lo que haces es muy importante. Saber que no harías otra cosa si no eso es algo que no tiene precio. No siempre es fácil, aunque debo decir que nadie me dijo que lo fuese. Me absorbe, me deja sin vida social, me ataca los nervios, hace que me plantee si cortarme las venas o dejármelas largas pero, qué sería mi vida sin el árabe.
Me he reconciliado con la traducción de la mezquita de Córdoba, esa que se me aparecía cada vez que abría mi portafolios, también de estilo arábigo, de piel, con motivos en dorado, sin llegar a ser hortera, que quede claro, y que me deja las manos tan verdes que parece que haya cogido una enfermedad tropical.
Me he enfrentado a ella y he conseguido no arrancarme las cejas de pura desesperación. Esa desesperación, que sólo conocen las chicas, o arabiyyas, como yo las llamo, por no encontrar ni una simple palabra en el titánico y farragoso diccionario, o por encontrarla y darte cuenta de que tiene diez acepciones, cada una de su madre y de su padre. Me alegro de no haber terminado jugando al pito pito gorgorito para elegir una y sobre todo de no haber dedicado toda una tarde a hilar términos sin sentido que podrían ser cualquier cosa menos castellano.
A veces pienso que en lo único que voy a ser especialista es en hacer una serie de dibujos que pocos pueden leer. Acabaré siendo un ser huraño dedicado en mi guarida a la morfología verbal, intentando descifrar verbos impronunciables que mutan a la mínima de cambio y con una ceguera seria como estos árabes no comiencen a escribir al menos al tamaño 12 de Times New Roman.
Aun así no me importa dedicar horas y horas a ello, porque cuando disfrutas, el tiempo pasa sin dar cuenta de ello. Aunque tenga días que tiraría todo por la ventana, como hice una vez con mis apuntes de literatura hebrea, la satisfacción de hacer las cosas bien no me la quita nadie.
מרינה

jueves, 16 de abril de 2009

Capítulo 64.

Nunca sentí una fuerte pasión por la fruta, al igual que el pescado, siempre fue mi punto débil. Mi madre se desesperaba ante mis repetidas negaciones y se las ingeniaba como podía para que comiese, pero yo, mujer de ideas fijas, rara vez consentía meterme un pedazo de lo que fuese a la boca. Y ahora que disfruto de esta libertad maternal en este tema, puedo decir, no orgullosa de ello, que en cuatro años apenas la he probado.
La odio. Ese primer mordisco ácido, eso de tener que pelarla, o peor, tener que comerla con piel, la textura, los huesos, las pepitas, los hilos, el caldo que se te escurre por las manos, que luego se te quedan mostosas. Tal es mi antipatía hacia este tipo de fruto de la tierra que llega a traducirse en desconocimiento total.
Me armo de valor y me vuelvo a presentar en el mercado esta mañana. Me acerco al puesto de frutas y verduras. Todas están muy ordenadas y tienen unos colores tan vivos que me decido y me compro un montón de fruta. Fresas, plátanos, kiwis, manzanas, peras y albaricoques.
Vuelvo a casa con toda mi compra y, emocionada ante tanta variedad, saco para comer en ese momento lo que yo creo que es un albaricoque. Pero no, lo que yo creo que he comprado no es lo que he comprado. Inicio una discusión con Joy porque no me puedo creer que lo que yo tengo entre las manos sea una ciruela. Me niego, cómo no voy a saber distinguir entre un albaricoque y una ciruela, pienso. Será Joy, que con estas cosas del idioma confundirá palabras, pero esto no es una ciruela.
Me obceco, no pienso que esta vez no estoy en lo cierto, hasta que Oli me confirma que sí, que es una ciruela, y que yo soy tonta del culo, porque a mis 22 años y no saber diferenciar entre dos frutas tiene delito.
מרינה

martes, 14 de abril de 2009

Capítulo 63.

Parece que últimamente no puedo tener un viaje tranquilo en autobús, si no es el personaje que me toca de acompañante son mis tripas en pleno concierto sinfónico, y si no la resaca.
Me he quedado medio dormida encogida en mi asiento y, como por arte de magia, he aparecido sin enterarme en el descanso. Cuando subo de nuevo en el autobús busco mi móvil en el fondo del bolso, pero no lo encuentro. Reviso todos los bolsillos una y otra vez, pero el dichoso teléfono no aparece. Me está entrando el acojone, dónde coño lo habré puesto. No me lo he dejado en casa, sé que lo metí al bolsillo, tiene que estar en alguna parte. Reviso el asiento, meto la cabeza entre las piernas para buscar por debajo por si se me ha caído al suelo y no me he enterado, pero nada.
Al borde del ataque de nervios le doy unos toquecitos en el hombro a la chica que llevo al lado y le pregunto, me dice que no lo ha visto. Volvemos a revisar juntas todo el bolso, saco el ordenador, la cámara, el monedero, los diez mil pañuelos de mocos que llevo arrugados, y casi todas mis vergüenzas y, otra vez, nada.
Empiezo a sudar a mares porque no es la primera vez que lo pierdo, empiezan a aparecer por mi mente imágenes de la monumental bronca que me van a echar como no lo encuentre pero ya. Temo a mi madre cuando el labio superior se le pone tieso, eso es que está que echa humo, y en mi película mental aparece así. Me levanto y veo que el de detrás de mí es un paquistaní con turbante y, como soy una mala pécora, lo primero que pienso es “tú cabrón, tú me lo has quitado”.
Braceo para llamar la atención de todos los viajeros y hecho un grito que todos consiguen oír:
-¡¿Alguien ha visto un móvil?!
La muchedumbre me dice que no y yo ya estoy que me rindo, que si tuviera la cabeza donde debería tenerla no me pasarían estas cosas.
Finalmente la chica de al lado me dice que llama al teléfono y todos comenzamos a oír una musiquilla árabe, pero nadie sabe de dónde sale. Buscamos y buscamos, y la gente comienza a reírse de la situación hasta que consigo dar con él en el pequeño hueco que queda entre el asiento y la pared, tan pequeño que los cortos dedos de mi mano, que algunos llaman muñón, apenas consiguen tocarlo.
Lo recupero y me quedo calladita y encogida después del cirio que acabo de montar.
Por fin el viaje termina y subo a la calle a fumarme el piti de rigor, es tradición después de cuatro años fumar antes de entrar al metro. Salgo a la calle y hace sol, al contrario que en Zaragoza, que sólo llueve cuando yo voy.
Qué bien, vuelta a la city, buen tiempo, la gente sin cazadora… y esa última palabra se queda resonando en mis oídos. Un momento ¿yo no venía con algo en la mano?
-¡¡¡Mi cazadora!!!-digo en voz alta.
Lanzo el cigarro y salgo corriendo con la maleta intentando que mantenga el equilibrio y no se de la vuelta en dirección al bus. Hoy debe de ser mi día de suerte, porque inexplicablemente he recuperado todo lo que he perdido. Al menos no soy como otra que yo me sé que se dejó en el bus lo más importante, la maleta.

מרינה

domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 62.

Famosa soy por mis colosales meteduras de pata, por mis ataques de sinceridad desbordante, por esos momentos fugaces en los que los pelos en la lengua desaparecen como por arte de magia.
Estoy con mi madre en un conocido bar del pueblo echando ese cafecito mañanero que tanto me gusta. Debo de llevar como un par de minutos buceando por mi mente pensando en cualquier tontería que no viene al caso, porque de repente oigo lejana la voz de mi madre que me devuelve a la realidad.
-Dice Lorenzo que eres muy seria- me dice ella.
-Pues yo digo que Lorenzo es un gilipollas- le contesto con toda mi mala uva y alargando la g de gilipollas, para que sepa que no es un gilipollas cualquiera.
-Ay, hija, cómo eres- me dice mi madre, compungida y avergonzada por mi espontánea a la par que inapropiada respuesta, señalando al tal Lorenzo.
Me giro para ver al supremo gilipollas y dedicarle una de mis miradas de “nos caemos mal mutuamente, pero tú me caes peor a mí, que te quede bien claro”, cuando me doy cuenta de que estamos hablando de Lorenzos diferentes y el que tengo delante no es el Señor G, pero me pone la misma cara de asco que el otro, lo cual no me extraña.
¡Jodeeeeer! ¡qué cagada más grande! A ver cómo me lo monto yo ahora para arreglar esto. Con voz temblorosa y cara de niña buena intento explicarle que esto es una magnánima confusión, que yo me refería a otro, que no tengo nada en contra suya, y lo de la boquita no tiene explicación, soy así. Sólo espero que este buen hombre sea compasivo y no piense de mí lo que cualquiera pensaría.

מרינה

viernes, 10 de abril de 2009

Capítulo 61.

Todas las noches me acuesto diciéndome que mañana será otro día, que este entumecimiento muscular irá desapareciendo paulatinamente y por fin dejaré de ser una tullida que aúlla interjecciones de dolor cada vez que se sienta o se levanta. Pero no, este maldito martirio no desaparece si no que va in crescendo día tras día.
Me junto con Pilar, la otra lisiada, para ver que tal van sus dolencias, las cuales llevan la misma trayectoria que las mías. Parece que nos han dictado un guión, pues cada vez que nos movemos soltamos al unísono los mismos lamentos, y habría que vernos bajando escaleras, vamos tan tiesas intentando no mover ninguna articulación que parecemos un par de robocops.
Todo aquel que nos ve intenta darnos su remedio casero para aliviar este tormento, cada uno aporta su granito de arena con las recetas de la abuela y así, a lo largo del día, podría haber escrito ya un libro sobre las agujetas y sus particularidades. Pero por el amor de Dios, si son todo leyendas urbanas, típicos tópicos. Podría perder mi tiempo en probar todos y cada uno de los métodos que me recomiendan y estoy segura al cien por cien de que ninguno de ellos funcionaría. Es más, pongo la mano en el fuego a que se me pasaban estas infernales agujetas antes de que terminase todos los experimentos.
De todas maneras, es que cada uno te dice una cosa, uno agua con azúcar, otro que movimiento, otro que descanso. Joder, si al final me llegarán a recomendar que haga vudú, que seguro que con eso se nos pasan todos los males, o por lo menos hacemos el gamba un rato.
A veces no hay quien entienda a la sabia sabiduría popular.

מרינה

jueves, 9 de abril de 2009

Capítulo 60.

Cuando regresé al pueblo hace ya unos días me dije, parece que este año hace calorcito, voy a volver a Madrid como el tizón. Mi idea era ponerme todos los días en el patio a tostarme tripa arriba y tripa abajo, como si de un filete de ternera se tratara. De la idea a la práctica siempre queda un buen trecho, lo cual no quiere decir que no lo haya intentado, sobre todo antes de que el tiempo se volviese a estropear, como siempre para estas fechas, pues no hay una semana santa en la que el cierzo no haga mención de llevarse volando a todos los cofrades.
Me preparo todo lo que necesito para dejar de ser un folio andante, con un poco de suerte tomaré un color más cercano al folio reciclado, toalla, la cremita, que yo para estas cosas soy muy paranoica, además, que me encanta ir siempre bien untadica, libro, mp3, reloj para controlar el tiempo… Salgo a la terraza, extiendo la toalla, me despeloto y me tumbo bien embadurnada en crema.
Umm…pero qué bien se está, qué calentica estoy… Y esto me dura diez minutos, porque Frodo hoy está con ganas de guerra.
Empiezo a notar pelitos que me recorren los brazos haciéndome cosquillas, es Frodo olisqueándome e intentando que le dedique parte de mi tiempo, pero yo estoy a lo mío. Él, que es un perro maño, y por supuesto cabezón, no se da por vencido tan fácilmente. Me da empujoncitos en el brazo con el hocico, mete la cabezota en el hueco que queda entre mi axila y el suelo, se me tumba en la espalda, se reboza por todo mi cuerpo mientras yo me estoy cagando en todo lo que se menea, pero sigo sin hacerle ni caso. En un intento ya desesperado utiliza su última táctica, la de morderme los pies. Yo me vuelvo loca, me retuerzo, encojo las piernas, pero cuantos más aspavientos hago, el otro aún se pone más contento porque piensa que voy a jugar.
Total, que mi gozo en un pozo, me levanto de la toalla y asumo que hoy no dejaré de tener un color blanquecino enfermizo. Me voy directamente a la ducha porque todos los pelos de Frodo se han quedado pegados a mi piel gracias a la crema solar y he dejado de ser Marina para parecer más bien un oso de peluche, o el hombre de las nieves, dejaré elegir una de las dos versiones de mí.

מרינה

miércoles, 8 de abril de 2009

Capítulo 59.

Los días de mierda existen, algunos no tienen razón aparente, y otros son el resultado de un cúmulo de cosas, algunas vienen solas, y otras, sin darme cuenta, me las he buscado yo sola. No importa, porque la conclusión de hoy es que ser mujer es una jodida putada, y tengo un par de razones para demostrarlo, y no precisamente las dos que tengo en la parte superior delantera del tronco.
El verano se acerca, y como a mí a cabezona no me gana nadie, este año me he propuesto no sólo meterme en los pantalones de mi hermana de 13 años, si no meterme en un mini-biquini, aunque al final, lo más probable, es que yo acabe metiéndome y después, todas esas lorcitas tan antiestéticas salgan. Y como siempre, volvemos al refranero español, cuán sabio eres mamón, siempre tienes razón, que hoy me dice que “para presumir, hay que sufrir” Pues mira, no sabes bien lo que yo sufro, sólo me falta cruzarme con un obrero y que me diga “que no me entere yo que ese culito pasa hambre”, me veo contestándole con gesto afligido:
-Pues no te puedes imaginar el que pasa.
Bueno, hambre, hambre, no paso, pero necesidad, toda la del mundo y más. Que estoy hasta la coronilla de la pechuga de pollo, de la ensalada pobre, del pescado a la plancha, de la sacarina, del café sin leche, y sin gracia. Por el amor de Dios, que yo lo que quiero son unas buenas croquetas, una tortilla de patata, ensaladilla rusa, bollos varios, poder aliñar todo con tres kilos de mayonesa ¡¡Ay omá que ricaaa!!
Pero la gran putada por antonomasia de ser mujer es la menstruación. Que oyes ese palabro y ya te entran ganas de salir corriendo, y no es para menos.
Hoy ha vuelto a saludarme la señorita de rojo, sí, me ha dicho:
-Hoy te voy a joder viva guapa, te vas a cagar, y te voy a dar un día alucinante.
A mí, por mi parte, que ya me conozco bien estos días, me queda resignarme y meterme ibuprofeno en vena para conseguir soportar este día con la mayor dignidad posible sin arrancarme pelo a pelo las cejas al completo.
De vez en cuando me tiro larga en el sofá, hasta que sale uno de estos anuncios de compresas que me ponen enferma, y más en días así, que parece que lo hacen a posta. “Me gusta ser mujer” me dice la tontalaba ésta desde la pequeña pantalla.
¿Te estás cachondeando de mí zorrón televisivo raquítico? Seguro que tú ni siquiera menstruas y no tienes necesidad de pasarte el día entero echa un ovillo en el sofá escuchando esas gilipolleces ideadas por un publicista, de sexo masculino, que olvidó que ser mujer son más cosas que tener un par…
En fin que entre unas cosas y otras, sin olvidarme de estas agujetas cortesía del spinning, menuda basura de día, vamos, que si lo llego a saber ni me levanto de la cama.

מרינה

lunes, 6 de abril de 2009

Capítulo 58.

Todavía no sé cómo nos ha convencido para ir a una jornada de puertas abiertas de spinning. Cristina va en el coche muy emocionada, por el contrario, Pilar y yo vamos mentalizándonos de camino al polideportivo municipal para la paliza que nos van a meter.
Logro colarme con el abono de mi hermana y subimos las escaleras que nos llevan a un descansillo delante de la puerta de clase. Nos sentamos a esperar y empieza a salir gente. Veo individuos desguazados, caras como tomates, pelos churripitosos, cercos de sudor más grandes que yo. Sólo me queda encomendarme a Dios y rezarle con ahínco para no caer en ese campo de batalla del que vienen todos estos.
Entramos y me monto con bastante esfuerzo en esa bicicleta extraña con botones y cables por todos lados, madre mía lo que me espera, si me cuesta subir en ella cómo será el resto. De repente se nos acerca el que debe ser el profesor, chorrea sudor, literal, de verdad. Habla muy deprisa, no le entiendo nada a este hombrecillo que parece que le ha dado un ataque epiléptico. No creo que este deporte sea bueno, sólo hay que ver al profe, que parece que le han metido un petardo por el culo de las velocidades que lleva. Me toca todos los botones de la bici y me grita:
-¡No parar! ¡¡No parar!! ¡¡¡Aquí no se para nunca!!!
Yo me estoy acojonando ya seriamente, menudo grito que me ha echado el pirado. Me giro y les digo con la mirada que voy a salir corriendo de allí.
Todavía no hemos empezado a pedalear y el psicópata nos dice que cuatro minutos levantados. ¡Vamooooos! ¡¡Arribaaaaa!! Tu madre, cabrón, aguanto medio y deja de ponerme esas muecas, que a mí el culo me pesa. Cada vez que me levanto o me siento parece que las piernas se me van desencajar del cuerpo y van a salir volando. Con un poco de suerte le dan al colérico en la cabeza, a ver si cae fulminado y deja de meternos berridos y de ponernos caras de desaprobación.
A los diez minutos estamos las tres que podríamos rellenar un embalse con nuestros fluidos. El sillín es de un material que consigue clavársete en el culo y en todo lo que puede, me está matando. Entre los gritos del señor delirios, el culo, las piernas, los sudores y las risitas de los de alrededor, comprensibles, sinceramente, porque menudo trío de patos estamos hechas, yo no paro de mirar el reloj pensando que cuando den la media me bajo como pueda del aparato este.
Finalmente Pilar se rinde, y detrás de ella yo, que a mí esto de sudar como una cerda no me va nada y, el deporte, para qué engañarnos, nunca fue mi fuerte, ni lo será por mucho que me empeñe.
Me deshago de los pedales esos que me atrapan los pies y por fin toco el ansiado suelo. Extiendo los brazos a ver si consigo mantener el equilibrio porque las piernas me tiemblan una cosa horrorosa, a cada paso que doy me parece que me voy a caer redonda, y ni hablar de lo que ha sido bajar las escaleras. Tengo más colores que Heidi, el flequillo se me ha quedado pegado a la frente y el estupendo modelito deportivo que me había traído no me da un aire menos lamentable. Yo sólo espero no tener que lamentarme mañana de agujetas.

מרינה

domingo, 5 de abril de 2009

Capítulo 57.

Podría haber pasado por una noche como cualquier otra, pero, en realidad, los pequeños momentos son los más grandes. Un sofá, un café calentito entre las manos, una buena compañía y, por supuesto, una de esas conversaciones que llevamos a cabo las mujeres cada cierto tiempo.
La cosa consiste en dar a conocer acontecimientos que sean potencialmente secretos u oscuros para el resto de las asistentes al coloquio. Después de exponer lo acaecido y todos los detalles que acompañen al hecho en sí, se pasa a comentar, discutir y enriquecer con más datos. Vamos, lo que toda la vida hemos llamado criticar, cotillear, poner verde, marujear… y podría seguir, porque el castellano, una lengua tan rica, tiene cientos de palabras para designar al acto de poner a caldo a todo Cristo.
Podría decirse que no ha quedado títere con cabeza en la Comarca del Bajo Gállego, pocos han logrado escapar a nuestras lenguas viperinas. Sí, estamos hechas unas arpías, y no me avergüenza decirlo, el problema sería que no lo reconociésemos, pues esto del cotilleo no es nuevo, es algo que viene de serie si eres español, yo creo.
Y para que se vea que en el fondo es una actividad didáctica, de la cual puedes aprender para seguir leyendo en este libro que es la vida, y que no sólo es el placer por el placer, diré que me he dado cuenta de que, en este pequeño lugar, en el cual parece que el tiempo se sucede muy despacito, y que, con el paso de éste, las cosas poco cambian, hay determinadas cosas que van a un ritmo vertiginoso.
Relaciones truncadas, peleas que acaban en juzgados, embarazos, algunos problemáticos desde el principio, bodas, divorcios, infidelidades… Esto es una locura, un caos.
Esta vez hemos hecho una excepción y hemos permitido la presencia de un hombre durante la sesión, porque no conoce a casi nadie y, básicamente porque está en su casa. Se le oye reírse de los imaginativos apodos que usamos y, de vez en cuando, levanta la vista del ordenador para decirnos que somos unas malas pécoras. Y la verdad es que tiene razón, pero seguro que nosotras también estamos en boca de otras, y esas otras, a su vez, en boca de otras, así que ¿por qué dejarlo si es divertido? Eso sí, siempre con ciertos límites.

מרינה

viernes, 3 de abril de 2009

Capítulo 56.

8:58 de la mañana. Lanzo un grito ahogado audible en todo el bloque, porque, en dos minutos exactos, parte mi autobús a Zaragoza y yo no estoy en él. Yo sigo en mi cama gracias a la típica frase “cinco minutitos más”, que se han convertido en dos horas.
Me levanto odiándome a mí misma, me cago en la madre que parió a panete, a ver qué hago yo ahora. Me pongo la misma ropa que llevaba ayer noche, que huele a tabaco y a alcohol que apesta, vamos, como yo. Meto en la maleta cuatro cosas que necesitare para sobrevivir y salgo de casa cagando leches hacia Avenida América.
Ostias, me fui tan rápido que no me he peinado, y tampoco me he desmaquillado, parece que me han dado un puñetazo en cada ojo. La boca, como una alpargata, las manos, ennegrecidas, Dios sabe porqué. Me pregunto en qué momento de la noche dejé de ser una señorita y me convertí en una yonqui.
Por el camino resucita el infernal dolor de cabeza auspiciado por las cañas de más. A cada paso me duele más y parece que mi cabeza se autodestruirá en diez, nueve, ocho… de las tripas mejor ni hablar. Debo de tener una cara de pena y sufrimiento descomunal, pues, a diferencia del resto de los días, el repartidor no intenta meterme el periódico en la boca cuando paso por su lado.
Camino por el metro dejándome arrastrar por la multitud y dejando también que las ruedas de mi maleta se lleven por delante todos los pies que encuentran en su camino, no tengo fuerzas ni para girar la cabeza y disculparme.
Recordaré durante bastante tiempo esta resaca de carretera, pero también recordaré la noche de ayer con una amplia sonrisa, pues eran todos los que estaban, aunque no estaban todos los que son, faltaba Ruth, el pequeño saltamontes, como yo la llamo, entre otros, pero no fallaron ni AliOli, ni Melej, ni Osito, ni Nativi-Dah.
Estamos cenando en un garito.
-Uhh, demasiada cerveza, vayamos a evacuar -le digo a Nat.
Entramos en el baño y me dice:
-Tú, Marina, tienes que buscarte un ingeniero y dar el braguetazo, que esos ganan pasta.
-Bueno, me acabo de dar cuenta de que llevo toda la noche con la bragueta bajada ¿te vale esto como un buen comienzo?
Salimos fuera y al reunirnos con los chicos nos dicen que nos vamos a otro bar, continuando así con nuestra ruta de garitos. Lo dicho, cambiamos de lugar y, de repente una fugaz idea retorna a mi mente. ¡La cuenta!
-Eh…chicos…es que…se me olvidó pagar la cena, y yo era la encargada de pagar…- y pongo cara de “os juro que no lo hice con premeditación”.
Osito, la voz de mi conciencia me dice que vuelva a pagar. En el bando contrario Nat, el demonio que se posa en tu hombro y te susurra al oído, que me dice que no vuelva, que que les den por el culo y, aunque tengo un gran dilema moral, esta vez, como casi siempre, estoy de acuerdo con la nena. Oye, que tengo una crisis muy profunda y, quién sabe, pero lo más probable es que necesitemos ese dinerillo para tomarnos la última.

מרינה

miércoles, 1 de abril de 2009

Capítulo 55.

Como otro miércoles más, me toca ir a la academia, aunque, como cada miércoles, me debato entre ir o no ir. Al final siempre voy así que no entiendo para qué tanto dilema.
La escusa que me estaba poniendo hoy era que me ha entrado lo que yo llamo la crisis textil, vamos que no sé que ponerme y eso me crea un malestar general y una desesperación que desemboca en todo mi armario vacío y la ropa sobre la cama.
Me paseo por casa claramente sofocada y medio en pelotas intentando pensar, creyendo que de esa manera me va a llegar la inspiración divina con la solución a mi grave problema estilístico. Pero ésta no llega y yo a este paso tampoco a la academia.
Salgo corriendo a enfrentarme un día más a las tan repetidas palabras de mi profesor de árabe. Palabras que ningún nativo pensaría que conozco, pero que, por el contrario, son los vocablos más asentados de mi léxico arábigo. Cotilla, charlatana, pelota, rebelde y cállate.
Para evitar repetir continuamente estas palabras, el profe ha tomado la decisión de sentarme a su vera y prohibir a todas las chicas que se sienten a menos de dos sillas de mí, ahora mi sitio es la esquina, castigada y separada del resto de la sociedad. Yo lo intento, pero es que no puedo callarme la boca, es superior a mí y, cuando éste se da la vuelta yo aprovecho para comentar a distancia las últimas jugadas de la facultad hasta que oigo un seco y cortante:
-Maña, que te calles.
Sí, es que aquí dejo de ser Marina, y todos me conocen por “la maña”.
Aún así, me atrevo a sacar de la manga mi último truco y, cuando se vuelve a dar la vuelta, retomo la conversación con Ana mediante el lenguaje de señas, hasta que, otra vez me mandan callar, y esta vez ya sí que me quedo encogida en mi nuevo territorio y cierro la boca definitivamente, porque, en boca cerrada no entran moscas, y en la mía están entrando a borbotones.

מרינה