jueves, 23 de abril de 2009

Capítulo 68.

Camino por la calle y noto que me miran. Los conductores que están sumidos en el atasco observan mis pasos, no tienen otra cosa que hacer, sin contar los que buscan petróleo dentro de su nariz, que da la impresión de que acabarán llegando al cerebro. El gigantesco camión de la basura se ha quedado también atrapado entre la multitud de coches y desde el interior veo algo que se mueve, aguzo la vista, son los dos basureros saludándome divertidos. Podría parecer que los conozco, pero no es el caso y giro la cabeza avergonzada bajando la mirada al suelo.
Continúo mi camino hasta la rotonda del museo del traje, paro en el maldito semáforo que siempre está en rojo y la misma historia. El conductor de la ambulancia más preocupado por mí que por atender alguna urgencia también alza su mano, me sonríe y leo en sus labios un “hola”.
Llego por fin a la avenida de la Complutense, me encantan estos paseos matutinos, pero cuando llego a clase podría meterme otra vez en la cama, pues ya voy muerta y las tripas comienzan su concierto sinfónico. Diviso un coche lleno de chicos, juraría que conozco al copiloto, pero seguramente estoy equivocada, y como me he quedado un poco colgada mirando, me echo al bolsillo otro amistoso saludo de los cuatro ocupantes vehículo.
Ya me acerco al decrépito aunque adorado edificio de filología, aunque antes se interpone un taxista que todavía no se ha quitado las legañas de los ojos. Apoya el brazo en el borde de la ventanilla, su único brazo moreno, fija su mirada sobre mí y ejecuta un movimiento de saludo con la cabeza.
Me pregunto qué está pasando hoy con el mundo, parece que todos se han levantado con el pie derecho y han dejado de lado el mal humor que en ocasiones provoca esta ciudad y su atestada circulación. Pero gracias a todos ellos hoy entro a clase más contenta que unas castañuelas y con el ego por las nubes, hasta que el desgraciado del profesor de textos históricos me devuelve a tierra firme cuando me dice:
-Tú eres mi paisana ¿no? La gallega.
Mi ceño fruncido contesta por mí. No tengo nada en contra de los gallegos, única y exclusivamente en contra de esa, que es una petarda, es más fea que pegarle a un padre y tiene el culo del tamaño de Brasil. Y no es que yo sea un prototipo de diosa de la belleza, pero me niego en rotundo a aceptar cualquier parecido con esa, por muy lejano que sea.
מרינה

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