lunes, 6 de abril de 2009

Capítulo 58.

Todavía no sé cómo nos ha convencido para ir a una jornada de puertas abiertas de spinning. Cristina va en el coche muy emocionada, por el contrario, Pilar y yo vamos mentalizándonos de camino al polideportivo municipal para la paliza que nos van a meter.
Logro colarme con el abono de mi hermana y subimos las escaleras que nos llevan a un descansillo delante de la puerta de clase. Nos sentamos a esperar y empieza a salir gente. Veo individuos desguazados, caras como tomates, pelos churripitosos, cercos de sudor más grandes que yo. Sólo me queda encomendarme a Dios y rezarle con ahínco para no caer en ese campo de batalla del que vienen todos estos.
Entramos y me monto con bastante esfuerzo en esa bicicleta extraña con botones y cables por todos lados, madre mía lo que me espera, si me cuesta subir en ella cómo será el resto. De repente se nos acerca el que debe ser el profesor, chorrea sudor, literal, de verdad. Habla muy deprisa, no le entiendo nada a este hombrecillo que parece que le ha dado un ataque epiléptico. No creo que este deporte sea bueno, sólo hay que ver al profe, que parece que le han metido un petardo por el culo de las velocidades que lleva. Me toca todos los botones de la bici y me grita:
-¡No parar! ¡¡No parar!! ¡¡¡Aquí no se para nunca!!!
Yo me estoy acojonando ya seriamente, menudo grito que me ha echado el pirado. Me giro y les digo con la mirada que voy a salir corriendo de allí.
Todavía no hemos empezado a pedalear y el psicópata nos dice que cuatro minutos levantados. ¡Vamooooos! ¡¡Arribaaaaa!! Tu madre, cabrón, aguanto medio y deja de ponerme esas muecas, que a mí el culo me pesa. Cada vez que me levanto o me siento parece que las piernas se me van desencajar del cuerpo y van a salir volando. Con un poco de suerte le dan al colérico en la cabeza, a ver si cae fulminado y deja de meternos berridos y de ponernos caras de desaprobación.
A los diez minutos estamos las tres que podríamos rellenar un embalse con nuestros fluidos. El sillín es de un material que consigue clavársete en el culo y en todo lo que puede, me está matando. Entre los gritos del señor delirios, el culo, las piernas, los sudores y las risitas de los de alrededor, comprensibles, sinceramente, porque menudo trío de patos estamos hechas, yo no paro de mirar el reloj pensando que cuando den la media me bajo como pueda del aparato este.
Finalmente Pilar se rinde, y detrás de ella yo, que a mí esto de sudar como una cerda no me va nada y, el deporte, para qué engañarnos, nunca fue mi fuerte, ni lo será por mucho que me empeñe.
Me deshago de los pedales esos que me atrapan los pies y por fin toco el ansiado suelo. Extiendo los brazos a ver si consigo mantener el equilibrio porque las piernas me tiemblan una cosa horrorosa, a cada paso que doy me parece que me voy a caer redonda, y ni hablar de lo que ha sido bajar las escaleras. Tengo más colores que Heidi, el flequillo se me ha quedado pegado a la frente y el estupendo modelito deportivo que me había traído no me da un aire menos lamentable. Yo sólo espero no tener que lamentarme mañana de agujetas.

מרינה

2 comentarios:

Manu MAÑERO dijo...

te cuento un secreto? te lamentarás de agujetas, de diversos dolores musculares, y sobre todo del culo. pero te habrá servido de más que cualquier otra cosa que hayas hecho en semana santa.
tenías razón, reaparecería el miércoles jaja.
un besazo

Anónimo dijo...

Pero quién te manda ir a ti a hacer deporte. Mañana te llamo hoy he tenido un día horroroso.
Siento pena de mi misma.
Un besito guapa