martes, 14 de abril de 2009

Capítulo 63.

Parece que últimamente no puedo tener un viaje tranquilo en autobús, si no es el personaje que me toca de acompañante son mis tripas en pleno concierto sinfónico, y si no la resaca.
Me he quedado medio dormida encogida en mi asiento y, como por arte de magia, he aparecido sin enterarme en el descanso. Cuando subo de nuevo en el autobús busco mi móvil en el fondo del bolso, pero no lo encuentro. Reviso todos los bolsillos una y otra vez, pero el dichoso teléfono no aparece. Me está entrando el acojone, dónde coño lo habré puesto. No me lo he dejado en casa, sé que lo metí al bolsillo, tiene que estar en alguna parte. Reviso el asiento, meto la cabeza entre las piernas para buscar por debajo por si se me ha caído al suelo y no me he enterado, pero nada.
Al borde del ataque de nervios le doy unos toquecitos en el hombro a la chica que llevo al lado y le pregunto, me dice que no lo ha visto. Volvemos a revisar juntas todo el bolso, saco el ordenador, la cámara, el monedero, los diez mil pañuelos de mocos que llevo arrugados, y casi todas mis vergüenzas y, otra vez, nada.
Empiezo a sudar a mares porque no es la primera vez que lo pierdo, empiezan a aparecer por mi mente imágenes de la monumental bronca que me van a echar como no lo encuentre pero ya. Temo a mi madre cuando el labio superior se le pone tieso, eso es que está que echa humo, y en mi película mental aparece así. Me levanto y veo que el de detrás de mí es un paquistaní con turbante y, como soy una mala pécora, lo primero que pienso es “tú cabrón, tú me lo has quitado”.
Braceo para llamar la atención de todos los viajeros y hecho un grito que todos consiguen oír:
-¡¿Alguien ha visto un móvil?!
La muchedumbre me dice que no y yo ya estoy que me rindo, que si tuviera la cabeza donde debería tenerla no me pasarían estas cosas.
Finalmente la chica de al lado me dice que llama al teléfono y todos comenzamos a oír una musiquilla árabe, pero nadie sabe de dónde sale. Buscamos y buscamos, y la gente comienza a reírse de la situación hasta que consigo dar con él en el pequeño hueco que queda entre el asiento y la pared, tan pequeño que los cortos dedos de mi mano, que algunos llaman muñón, apenas consiguen tocarlo.
Lo recupero y me quedo calladita y encogida después del cirio que acabo de montar.
Por fin el viaje termina y subo a la calle a fumarme el piti de rigor, es tradición después de cuatro años fumar antes de entrar al metro. Salgo a la calle y hace sol, al contrario que en Zaragoza, que sólo llueve cuando yo voy.
Qué bien, vuelta a la city, buen tiempo, la gente sin cazadora… y esa última palabra se queda resonando en mis oídos. Un momento ¿yo no venía con algo en la mano?
-¡¡¡Mi cazadora!!!-digo en voz alta.
Lanzo el cigarro y salgo corriendo con la maleta intentando que mantenga el equilibrio y no se de la vuelta en dirección al bus. Hoy debe de ser mi día de suerte, porque inexplicablemente he recuperado todo lo que he perdido. Al menos no soy como otra que yo me sé que se dejó en el bus lo más importante, la maleta.

מרינה

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eres odiosa... qué turba tanto tu mente para que seas tan despistada??

Boo que hoy durme conmigo; y yo te mandamos un beso.