lunes, 31 de agosto de 2009

¿Se acabó? ¿Ya? ¿Así?

Una semana ¡Una maldita semana hace que llegué a Madrid y una maldita semana hace que voy buscando al desgraciado éste! Parece que la tierra se lo ha tragado, ha desaparecido sin dejar rastro alguno, ni siquiera yo he encontrado pistas acerca de su paradero. O soy yo que estoy perdiendo facultades o el muy capullo se esfumó sin más, sin avisar. Bueno, vale, no me iba a avisar a mí precisamente, aunque hubiese sido todo un detallazo por su parte.
Así que ante la ausencia de indicios que me proporcionen un halo de información sólo me ha quedado aguzar el ingenio y construir una hipótesis por día, cada cual más extravagante hasta llegar a la más aceptable, y más dolorosa.
Martes: no habré coincidido con él. Que no cunda el pánico.
Miércoles: no lo veo en el trabajo. Oli dice que ya hace un tiempo que no lo ve. Tendrá unos días de vacaciones. Raro, pero plausible.
Jueves: vale, definitivamente no está en el bar. Habrá cambiado de trabajo. Es lo más probable conociendo a su jefe, al cual ya le hemos diagnosticado tres personalidades, Dios sabe si descubriremos una cuarta, y estamos esperando que brote cualquier día de estos.
Viernes: nuevo trabajo, nuevos horarios. Debería volver a implantar la jornada completa en el puesto de vigilancia. Ha salido de borrachera con los amigotes del nuevo curro.
Sábado: se fue un día de fiesta, se cogió el pedo del siglo, se pegó una ostia de las que hacen historia y tiene la pata chula. De ahí que no salga al balcón ni su persiana se mueva el más mínimo milímetro.
Domingo: ha cogido la gripe A, tiene algún tipo de problema respiratorio y está ingresado en el Gregorio Marañón, sólo por precaución.
Lunes: las pocas matemáticas que conseguí aprender en el instituto por fin tienen una aplicación en la vida real. Calculo grosso modo hace cuántos meses que se fue a Colombia la última vez y reparo en que pronto salimos de cuentas. Vamos, que dejó preñada a la innombrable, así que se ha ido para no perderse el espectáculo de ver a su mujer gorda como una vaca a puntito de nacer el fruto de sus entrañas. Esta vez no volverá.
Mierda ¿Y ahora qué?

מרינה

domingo, 30 de agosto de 2009

Urge vecino.

Hoy, mientras estaba haciendo algo que no es lo que debería de estar haciendo, me he dado cuenta de que, eso que dicen de “la española cuando ama, ama de verdad” es completamente cierto, o al menos aplicable a mi caso.
Tenía quince años y él era mi vecino. Me dije a mí misma “se me pasará”, pero no se me pasaba. Así que transcurridos dos años, o más, porque ya me bailan las fechas, acabé por acostumbrarme a sonreír nerviosa, a saludarle con el “síndrome de la mano tímida”, a esperar encontrarlo a la vuelta de la esquina, o en cualquier fiesta, ambos borrachos como cubas. El único momento que nos dedicábamos el uno al otro.
Con el tiempo llegaron los cambios, y con la lejanía el olvido parcial, pues, cada vez volvía al pueblo, sólo deseaba encontrármelo casualmente. Y ese característico cosquilleo en el estómago nunca desapareció hasta que ese minúsculo hombrecillo irrumpió en mi vida.
Sí, años más tarde la historia se repite, menudo coñazo joder, parece que mi vida sea cíclica. Así que volví a enamorarme, de mi vecino, por si no lo había dicho en ningún momento. Le quise casi desde la primera vez que lo vi, y al mes siguiente ya me dije “se me pasará”. Uhhh, malo, malo, malo, porque ya sé lo que pasa si digo eso.
Así que, como creo que ya estoy en la etapa “me acostumbraré”, y la cosa va de vecinos, sólo espero que los que alquilen otro de los pisos de enfrente, justo tres niveles por debajo de Omar, y con mejores vistas, sean tres tíos, a cada cual más cachondo. Y puestos a pedir que haya un arqueólogo, que siempre he querido uno.


מרינה

viernes, 28 de agosto de 2009

La guerra, con Gus, mejor se lleva.

Hace unos días que abandoné Kosovo, no, no el que se sitúa en Serbia, el que se localiza exactamente entre la puerta de mi casa y la carretera que conecta con el resto del pueblo. No te bombardean, eso es cierto, pero llegar a tu destino sin una gruesa película de polvo por todo el cuerpo es misión imposible, del color de los zapatos ni hablamos.
Pero si lo que querías era lucir este verano unas chancletas de esas que tanto se pusieron de moda una temporada, hace unos tres milenios, que tenían toda la planta llena de pinchitos, sí, hombre, que decían que eran todo un milagro para la circulación, para la circulación de impulsos homicidas porque, coño, cómo dolían las jodidas. Pues eso, que pasar por mi calle te va como anillo al dedo, y si no las querías pues te jodes. Las tendrás de todas las maneras, pues aunque quieras, no podrás evitar que las piedras se te claven hasta lo más profundo de tu ser. Oye, que Wilma Picapiedra hubiese matado por unas como esas, vamos, el último grito en la edad de piedra, aunque en la de bronce ya estaban de capa caída.
Bueno, a lo que iba, que a pesar de las adversidades del medio, cuando veo esas botas más llenas de mierda que el rabo de una vaca, con una suela de un grosor tal que roza la plataforma, con unos cordones tan apretados que los pies se encuentran en proceso gangrenoso avanzado. Esas garrillas de pelos rizados, esos pantalones mugrientos y raídos, sujetados por un zarapastroso cinturón, por los que asoma un calzoncillo modelo “paquetero que me ha comprado mi madre en un pack de tres del Carrefour”, ese gorro robado a Manolo o Benito en un descuido del rodaje de “Manos a la obra”, pero ese torso moreno… Sí, moreno peón de obra, moreno y tío bueno a la par.
A ti te cogería yo la pala y te iba a enseñar lo que es un hoyo en condiciones moreno de ojos verdes.
מרינה

miércoles, 26 de agosto de 2009

Si la vida te da la espalda... enséñale el culo.

Adoro el Mercadona ¿Quién no adora el Mercadona? Mercadona es lo mejor que ha pasado en mi pueblo desde que pusieron Ikea en Zaragoza, todo un boom. No hay un día que no vaya, aunque sea para comprar una pijada, bueno, incluso un día fui únicamente a pasear porque, la verdad, es que era lo mejor que había por hacer esa tarde.
Me recorro los pasillos uno a uno empujando mi carro, que yo siempre cojo carro porque la cesta se menea más que la compresa de una coja, y llego al pasillo del agua, donde puedes elegir entre una demasiado amplia variedad. Bien, después de deliberar largo y tendido me decido por una. Ole qué arte agachándome, qué arte agarrando con todas que puedo las condenadas botellas, y qué arte enseñándole al abuelo del final del pasillo todo el culo, bragas violadoras incluidas, ole, ole y ole.
Mierda, el arte el que tengo para ir haciendo el canelo allá por donde voy. Me giro y ahí está, en la esquina, apoyado sobre unas latas de fanta, mirándome desde la lejanía (la suficiente para no perderse la escena) con la boca abierta de par en par. Bueno, al menos le ha gustado, aunque por la cara de viejo verde que tiene le hubiese gustado hasta el de Carmen de Mairena, puajj.
Y mucho antes de que se me pase si quiera por la cabeza el ir y darle un bolsazo al abuelo, o gritarle guarro o similares, se me adelante la esposa del susodicho, que ya se ha percatado de la trayectoria de la mirada de su pariente, y le arrea un buen collejón gracias al cual, el marido, obediente, gira el carrito y desparece rumbo al pasillo de las conservas.
Que tenga un buen día caballero, y de nada por la panorámica.

מרינה

jueves, 20 de agosto de 2009

El teléfono roto, no, ojalá.

A veces las madres son incongruentes, incomprensibles, ilógicas y todos los in- e i- que se me puedan ocurrir, y a veces, simplemente madres. Petardas por naturaleza e irremplazables por norma general.
Una vez más recibo una llamada de la mía para recordarme lo fantásticas y maravillosas que están siendo sus vacaciones recorriendo Europa, y para recordarme de paso que a mí me ha tocado quedarme en el pueblo, soportando temperaturas infernales por culpa de las cuales llegaría a un pacto con el diablo, al cuidado del perro y a cargo de la abuelita que me llama todos los días para ordenarme imperiosamente que le vaya a buscar al otro pueblo, algo que a mí no se me ocurre ni de lejos, pues disfruto de una gloriosa paz con fecha de caducidad.
Pues eso, al tema, que me llama para decirme que ya han vuelto de Escocia y que han estado en Nosédondle, en Amiquemeimportland, en Esenombrenoloentiendow y en Esetampocool, y me cuenta al detalle cada uno de los rincones de los impronunciables pueblos que se han pateado. Oh my dog, mum please, take off the puto shoe from the mouth, que no te entiendo nada copón. Ah, y que me ha comprado una boina escocesa, al que me pague 5 pavos le envío la foto más aclamada del verano.
Bueno, y que ya están en Francia y han visitado el Mont-Quémeséyo, Saint Denadameentero y Le Grand Meestásponiendolacabezacomounbombo, incluye descripción de cada uno de los lugares con la que no voy a martirizar.
Y cuando estoy a punto de caer en un amparador sueño cual narcoléptico, me suelta:
-Ponme a Frodo.
-Que… ¿què?
-Venga anda que me lo pongas.
Y ahí estoy yo, obediente y tirada en el suelo frente al perro, luchando con él por meterle el teléfono bajo la oreja y sosteniéndolo mientras ella no cesa de repetir “Frodo” durante cinco agonizantes minutos.
Duración total de la llamada, veinte minutos, cantidad de información asimilada, cero.

מרינה

sábado, 15 de agosto de 2009

Ecológica 100%.

No es fácil llegar a tu destino cuando un sinfín de elementos te lo impiden. Creo que ha llegado el momento de plantear seriamente la jubilación de mi primer bólido pues, aunque el cariño que le tengo es innegable, y sería bonito decir dentro de diez años “este es mi primer coche, un Corsa-rio, con él he surcado las siete autopistas españolas y sigue vivo”, todo tiene un límite. Y es que lo más probable es que él sobreviva, pero no yo.
Cuando el calor aprieta y pretendo no derretirme, en plena era de la tecnología, yo debo recurrir a métodos que algunos considerarían del pleistoceno, de lo que nadie puede tildarme es de irresponsable con el medio ambiente.
Cuatro y media de la tarde y una hora de carreteras secundarias por delante recorriendo el secarral aragonés, sólo de imaginarlo me pongo mala. Un auténtico reto físico y mental.
Me abro las ventanillas de par en par y comienzo mi camino. A medida que aumento la velocidad aumenta el calor que siento, ya noto cómo me sube el moreno taxista y, seguramente, si alguien me acercase una cerilla me prendería fuego. Los pelos se alborotan, me azotan en la cara y me restan visión, casi tengo que imaginar el trazado de la carretera, y el viento a ciento veinte kilómetros hora que entra creo que va a provocar el efecto bolsa y voy a salir volando, carro incluido. Por descontado que concentrarme en berrear canciones en árabe cuando, cada vez que abro la boca me convierto en una súper heroína capaz de escupir bolas de pelo asesinas, es misión imposible.
Aún así, subir las ventanas y crear un microclima desértico artificial no es la mejor idea, aunque sí la única que se me ha ocurrido teniendo en cuenta las condiciones en las que me desenvuelvo. No es tarea fácil pensar cuando nacen manantiales de tus sobacos y el viento te apabila.
Cinco y media, parece un milagro haber llegado, pero ya estoy en casa. Bueno, yo no, al menos no tal y como era antes. El sudor ha actuado como un potente adhesivo impidiendo despegarme el vestido del culo y respecto al pelo… el resultado oscila entre chica del 11 8 11 y la loca de los gatos de los Simpsons.
Después de esto, con toda sinceridad, me la suda el medio ambiente, merezco vivir.

מרינה

martes, 11 de agosto de 2009

Mi pariente es Dolly.

Camino por la calle con aire despreocupado cuando paso por un circulillo de gentes que rodea a un señor. ¡Coño, mi abuelo!
Mi abuelo, que vive en Zaragoza, en el pueblo, sentado en la acera, con una pierna mirando a Gerona y la otra a Cuenca. Algo ilógico, pero bueno.
Me acerco, lo llamo por su nombre, le pregunto que si está bien, me dice que le duele un poco, me preocupo, me recargo el móvil para llamar a mis tíos que seguro estarán en casa y me pongo a conversar con un hombre que aguarda junto a mi abuelo.
-No, tranquila, que está bien, mi padre…- y ya no oigo nada más.
Tu… tu… tu ¿Qué? Dirá “tu abuelo”, el mío, claro, no el de él. Ay señor, que mi abuelo tiene un hijo secreto y nadie de la familia tiene ni idea ¡¡ por qué a mí estos bombazos!! ¡¡ por qué!!
Me doy unos segundos y me digo, bueno, no pasa nada, lo asumo como si fuese una de esas madre coraje. Sigo interesándome por el estado de mi abuelo e intentando contactar con alguien de la familia.
-No, tranquila, que mi padre está bien.
Y dale con su padre, qué coñazo de tío, si ya le he explicado a este hombre que es mi abuelo, que se puede marchar a su casa, que yo me encargo del asunto, que, aunque nuestra relación brille por su ausencia, no puedo volver a casa como si nada.
A punto ya de solicitar un análisis de ADN, el encenegado extraño comienza a contarme la historia de su padre y así, paulatinamente, me voy poniendo de todos los colores y me doy cuenta de que he caído en un error, que estamos casi discutiendo por un anciano tembloroso que solamente es el clon de mi pariente.
El hombre se ha debido de pensar que soy una jovencita que anda por las calles desesperada en busca y captura de un anciano que le compre chucherías. Pero no, por Dios, es suficiente con lo que tengo ya.
Así que, tirando de Frodo, me doy la vuelta y retomo mi camino abochornada por haber querido agenciarme a un abuelo que no era el mío, por no saber reconocer bien a mis propios familiares y porque, tarde o temprano, volveré a encontrarme por la calle al hijo de “mi abuelo” y reviviré este ridículo suceso.
מרינה

lunes, 3 de agosto de 2009

El matrimonio te avinagra.

Como cada año por estas fechas se suceden las fiestas del pueblo, y yo, para no perder mis propias costumbres, desde la lejanía, hago un estudio en profundidad antes de acercarme a la barra para nombrar a mi camarero de fiestas. Como único objetivo está el de caerle en gracia y que los cubatazos me salgan cada día más económicos.
Bien, ya he decidido al susodicho, por supuesto siempre de género masculino, que son más fáciles de camelar, las tías nos las sabemos todas. Además, dónde se ha visto que una chica invite a otra si no es amiga, prima, vecina o similar.
Me instalo en la barra con un brazo apoyado en ella y le pido una litrona (mini para los madrileños) de calimocho. Me lo sirve y antes de pagarle le pregunto su nombre, vamos así acortando distancias y tanteando el terreno, cuando el tío me suelta:
-Soy José, tengo 29 años y estoy casado.
Bien, amigo José, José el engreído, esa información sobraba, tu última confesión me importa bien poco y nada tiene que ver con mi empresa. Y cuando recobro la compostura y consigo quitarme esa cara de grima que se me dibuja imaginando que me toca un pelo apunto:
-Soy Marina, tengo 22 años y estoy felizmente soltera, estatus que deseo conservar por un tiempo.
Y, aunque le vaya a sonar poco creíble, con toda la sinceridad del mundo añado:
-Y sólo venía a por un inocente litro de calimocho a compartir entre todas mis amigas, y ya ves que hablo en femenino.
Vaya con los casados, que les dices “hola” y ya se creen que te vas a abalanzar sobre ellos como una loba, que vagas por las calles desesperada por cazar a uno, y que la palabra criterio se esfumó de tu vocabulario.
La soltería está menospreciada.

מרינה