jueves, 22 de octubre de 2009

Morfeo se me escapa de las manos.

El curso acaba de comenzar para mí y también con él la desesperación y una triste despedida de unas cuantas horas de sueño nocturno. Así, el martes ya le he robado cuatro horas a Morfeo, y esto para mí es grave. Me levanto de la cama cual zombi y en una hora sólo consigo vestirme, maquillarme y hacerme la cama. Mis movimientos se prolongan en el tiempo mucho más de lo debido pero yo no doy cuenta de ello, bien, parece que va a ser un día largo y lento.
Bajo a la calle y sólo siento frío y cansancio, al menos el autobús no ha tardado veinte minutos. Subo tambaleándome, haciendo un gran esfuerzo por mantener mi estructura ósea erguida, oh Dios mío como no encuentre un sitio libre engancho a una abuela y la despojo de su asiento sin consideración alguna, o me siento encima de ella, sí, creo que esta idea es más pacífica y además evitaré que se abalancen sobre mí todas las abuelillas con el bolso en actitud de “te voy a dar el azote de tu vida niña”.
Y ahora el metro. No existe rutina mañanera madrileña sin sufrir las aglomeraciones, los empujones, las miradas asesinas y las que te dicen “los siento pero es un asunto de vida o muerte que te aplaste”. Vale, me doblego y pierdo durante quince minutos mi espacio vital básico, así que allí estoy sintiéndome como una sardina enlatada, pobre animalico allí tan encerrado, y pobre de mí con la mano del de atrás en el culo, el codo de la de la izquierda aproximándose peligrosamente a mi ojo, el brazo de la de la derecha cruza por encima de las gemelas intentando asir su mano al barrote y el perfume, de cierto parecido a Brumel, del de delante está comenzando a invadir el aire del cubículo, destruyendo todo el oxígeno y privándonos de él.
Entre el atontamiento fruto de calor y del potente perfume comienzo a delirar. Me imagino cayendo sobre el manto de personas sin agarrarme a nada y balanceándome a merced del dulce vaivén del tren, como decía la canción, mantenerme de pie sólo gracias a la barrera humana.
Y con la tontería he llegado viva a mi destino y, contenta, salgo de vagón, salgo yo, porque mi brazo y mi bolso se han quedado dentro y perecen no llevar intención de salir. Estiro sin descanso, pero no se mueven ni un ápice, como se cierren las puertas me veo corriendo a la par que el tren por todo el andén con el brazo atrapado entre la multitud. Podría sacarlo, pero no sin mi bolso. Sigo tirando, incluso pienso ya en darme impulso colocando una pierna en la pared, pero por fin el engranaje se mueve y bolso, brazo y yo misma salimos disparados por el esfuerzo. Casi pierdo el equilibrio y caigo redonda al suelo para disfrute de todos los pasajeros que me miran curiosos, pero hoy no es día de montar paripés, así que me doy la vuelta rápidamente y desaparezco como un exhalo del lugar de los hechos, despierta ya inevitablemente.

מרינה

martes, 13 de octubre de 2009

Esa extraña habilidad.

Se gira aproximando peligrosamente su mano hacia un vaso que contiene un conocido antibiótico. Como si de un déjà vu se tratase veo lo que va a suceder a continuación, sólo que éste no es uno de esos momentos que crees que ya has vivido, es que esta situación suele repetirse con cierta frecuencia ¡¡Splash!! Y el contenido del vaso rocía a mi hermana dando un tono anaranjado a su chaqueta.
Y mi madre, único factor causante de dicha faena se queda paralizada con la mirada perdida.
Oh no, oh no, ahora también sé lo que viene a continuación.
Mamá, con ese misterioso poder que posee analiza en apenas unos cuantos segundos la situación. Yo me imagino lo que pasa por su mente y es como un robot (voz metálica incluida).
Gira mecánicamente la cabeza y mira a mi hermana.
Pii-pii acercando zoom. Pii-pii fluido químico impregnando tejido. Pii-pii cara de póker. Pii-pii veredicto: no culpable. Pii-pii alejando zoom.
Levanta la cabeza para divisar a mi padre.
Pii-pii acercando zoom. Pii-pii ajeno a lo ocurrido. Pii-pii lejanía. Pii-pii veredicto: no culpable. Pii-pii alejando zoom.
Baja la mirada apuntando hacia mí. Mierda.
Pii-pii acercando zoom. Pii-pii cercanía. Pii-pii sonrisa burlona. Pii-pii veredicto: culpable. Pii-pii alejando zoom.
Y comienza:
-¿Quién ha dejado este vaso aquí?- siempre empieza sus preguntas retóricas con un quién, es una mera introducción oracional pues la intención es hablarme a mí, y sólo a mí.
-¿Es que no ves que el vaso ahí podía caerse?- veamos aquí la selección del vocabulario. No escoge el verbo tirar, ya que el uso de este verbo implica que alguien lo ha tenido que tirar, lo mires por donde lo mires, (alguien) tiró el vaso, o, el vaso fue tirado (por alguien), el vaso no se tiró. Sin embargo, el vaso se cayó, no puede ser caído por nadie. Así, mediante esta simple permutación verbal conseguimos que la culpa recaiga sobre otro. Es la magia del lenguaje. Vaya, que me sale la vena filóloga.
Total, que ahora la culpa la tengo yo, y ella sigue con su charla, bla bla bla, mientras, yo conecto el piloto automático hasta que llega mi padre. Se acerca a mí por detrás y me susurra al oído algo que me parece increíble que no haya notado en sus treinta y tantos años de casados y que me proporciona un cierto grado de complicidad con él.
-¿Desde cuándo tu madre comienza todas sus broncas con “quién”?
-Desde siempre papá, desde siempre.

מרינה

jueves, 1 de octubre de 2009

¿Se me escuchaaa...?

La mayoría de las veces, si no todas, cuando escuchamos nuestra voz ya sea en videos o grabaciones nos horrorizamos ¡oh Dios mío! ¿Esa es mi voz? ¿De verdad hablo así? ¿Con esa voz de pito? O peor, ¿con esa voz de Manolo el camionero? Me avergüenzo de mí misma, es más, siento vergüenza ajena por mí.
Así que nada, asumo que no me va a gustar lo que voy a escuchar pero le doy al play y comienza a reproducirse el programa en el que he intervenido esta mañana.
Efectivamente no me gusta, tengo una voz extraña, ni de pito ni de camionero, sin carisma, sin chicha ni limoná, eso sí, transmito tranquilidad, una paz sin igual, casi induzco al descanso eterno. Coño, que parece que tenga pereza en las cuerdas vocales, que me duermo en el transcurso de la palabra, que me eternizo en el discurso. Joder, menudo coñazo tiene que ser hablar conmigo, si soy así todos los días que la gente se deje de tomar tranxilium, valium, lexatin, orfidal, dormidina y demás, que ahí estoy yo para dejar roque al que haga falta. Si casi me duermo a mí misma.
Entre el adormecimiento, el uso repetitivo de coletillas, esa pronunciación casi nativa de nombres franceses y mi tendencia a contestar a todo con “no sé”, me parto, me rio de mí misma, qué le voy a hacer, me hago gracia.
Y los silencios, Laura y Cris me miran atentamente a ver qué voy a decir, pero yo no tengo más que añadir, y me callo, así, sin más, de golpe y sin previo aviso. Aunque lo peor es cuando me animan a que diga algo en árabe, qué perra tiene la gente con que les hable en árabe, vamos, seguro que se encuentran a Mohamed por la calle y no le dicen ale, habla, pero a la gente le debe de hacer gracia cuando el moruno sale de mi boca, así que nada, les hablo.
Pero, a pesar de mi insulsa voz, del letargo vocal, de las reiteraciones y de los silencios, menudas las risas que nos hemos echado, porque aquí estamos los de casa, y si Laura se ha olvidado del día en el que vivimos o afirma que se le pone la piel de punta en lugar de los pelos acatamos lo que dice sin rechistar y sanseacabó, y si a Cristina le da por subir y bajar la voz sin motivo alguno no se convierte en una tragedia, y si llama el policía para dar la última hora en la calle pues nos encanamos y nos ponemos caras porque se enrolla como las persianas. Y así, sin darme, cuenta llevamos dos horas de programa y esto ya se acaba, así que sólo me queda agradecer la invitación nuevamente y decirles:
-Me voy… pero volveré.

מרינה