jueves, 2 de julio de 2009

Confianzas en Carolina Herrera.

Tenemos un encargo. Reixel y yo caminamos por la zona más pija de la ciudad dejando atrás boutiques de moda tan fuera de mi alcance que ni giro la cabeza al pasar por los escaparates, señoronas de elegancia incuestionable y niñas con demasiado dinero en sus monederos, de marca, por supuesto. Nuestro destino es Carolina Herrera.
Voy más perdida que Alfredo Landa recién llegado a la capital y con una mueca de aflicción fruto de los retortijones de tripa, de una especie de tapón en el culo y de un sofocante calor propio de una ciudad sartén como es Zaragoza. Tengo malas noticias, me cago que no puedo con mi alma.
A duras penas y con el culo preto llegamos a CH. Bolsos, de tela, de piel, de todos los colores, inundan las estanterías. Zapatos, planos, de tacón, con bordados, con hebillas, todos los toco a mi paso. Aprovecho el momento, no es descabellado pensar que sea la única vez que tenga en mis manos un zapato de esa categoría. Por Dios, parezco un gitano en Zara.
Aun así, mis necesidades no cambian, y la urgencia del momento me pide un excusado echando ostias. Joder, no puedo, en un lugar como este no puedo. Me debato entre convertirme en “aquella que le dejó un regalito a Carolina Herrera” o convertirme en un mutante de color cambiante. ¡Mierda! Nunca mejor dicho.
Finalmente me rindo a mis inminentes necesidades primarias y me acerco sigilosa a una de las dependientas, me pongo a su lado y, con un susurro y muerta de la vergüenza, le digo que necesito hacer uso forzoso de su glamuroso baño. Me mira burlona y, antes de que comience a cavarme un hoyo y me meta en el, me conduce por un pasillo hasta la ansiada puerta.
Salgo por fin, y cuando conseguimos lo que veníamos a buscar, nos dirigimos a la caja en la cual encontramos unas tarjetitas que me llaman desde su caja de piel y me dicen a gritos cógeme. Obediente, cojo un buen tacote y me las meto al bolso. Total, ya he dado la nota, por unas tarjetas nadie va a armar un gran revuelo, y si lo hacen, alegaré que, como yo le he dejado un recuerdo a Carolina, yo también quiero llevarme uno de ella.
מרינה

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que pino más bien plantaó. Un beso Carolina. Reix