miércoles, 18 de marzo de 2009

Capítulo 45.

Me despierta a eso de las nueve el perro saltando en mi cama, no para hasta que no lo cojo por el cuello y le digo basta, quiero dormir más, o te tumbas a mi lado tranquilito o te bajo echando ostias del bofetón que te voy a arrear.
Mi gozo en un pozo porque detrás de él viene mi madre para reclutarme en el batallón de limpieza que ha organizado aprovechando mi llegada. Será posible, ayer creía que venía con la pachorra de serie, pero no, hoy me doy cuenta de que vengo con la bayeta y siento que nací en vez de con un pan, con una fregona debajo del brazo. Si eso de ayudar en casa está muy bien, coño, pero yo es que ya arrimo el hombro en la mía, y demasiado.
A las nueve y media en punto mi madre me pone la escoba en la mano, me coloca el plumero en el bolsillo del pantalón del pijama, me da una palmadita en la espalda y me manda a guerrear con el polvo y las bolas de pelo del perro que me van siguiendo a medida que doy vueltas por el salón.
Acto seguido, abro el frente del baño y me reservo la cocina para más tarde, porque han llegado las once y el café con las tías es imperdonable. Espero que me pongan al corriente de todo lo acaecido en mi ausencia, y la verdad es que nunca me suelen defraudar, pues mis tías son como radio patio y, aunque yo ya no conozco ni a la mitad de la gente, me encanta escucharlas, es el chismorreo por el chismorreo. Y ya sé que no es algo de lo que deba enorgullecerme, pero, a parte de tranquilidad, es lo que tienen los pueblos, y a estas alturas no lo voy a cambiar, ni quiero.
מרינה

1 comentario:

Najla dijo...

Si esque eres tan limpia que nadie puede resistirse a tu higiénica ayuda :)