jueves, 5 de marzo de 2009

Capítulo 33.

Estoy tirada en el sofá, practicando zapping y no viendo nada, subo y bajo por todos los canales y cuando termino vuelvo a empezar otra vez. Desde luego, desde que pusimos la TDT en casa esto es un infierno. Antes, como sólo había unos seis o siete canales, pues elegías en seguida, relativamente. Si ya me cuesta decidir qué quiero beber en un bar, a pesar de que acabo siempre con la caña en la mano, me pregunto cómo voy a elegir entre 30 canales. Finalmente me pongo uno que se llama Intereconomía, que es un auténtico tostón y que me interesa tanto o más que la reproducción del caracol, pero total, si al final ni escucho la tele, qué más me da, sólo es que me hace compañía.
En estos momentos, no hay nada que me apetezca más que un capuchino. Me dirijo hacia la cocina con la baba colgando sólo de pensar en la espumita. Vale, no sé cómo se hace un capuchino, pero digo yo que si agito la mezcla de leche y café en una coctelera, el resultado puede acercarse un poquito a lo que pretendo. Bien, caliento la leche en un vaso, la vierto en la coctelera, una cucharada de café, dos de azúcar, cerrar y listo.
Pues no, al primer movimiento que hago, las partículas lecheras deben de estar revolucionadas ahí dentro, y el tape de la coctelera sale disparado, y con el, todo el puto café, que maldita la hora en que se me ocurrió volver a experimentar.
Miro a mi alrededor, a través de mis nuevas lupas con los cristales tintados de color marrón, y veo toda la cocina chorreando café, incluso detrás del microondas, que no me explico cómo ha llegado hasta ahí. Me miro a mi misma y estoy exactamente igual, empapada. Lanzo un grito que va in crescendo y que resuena por todo el patio interior.
-¡La madre que me parióóóó!
Los cinco minutos siguientes me quedo plantada en medio de la cocina procurando asumir lo antes posible que tengo que ponerme a limpiar todo, de arriba abajo. Los granitos de azúcar están por todas partes, y hacen que me quede pegada a todo lo que toco. Me pongo manos a la obra, sin dejar de murmurar cagándome en todo lo que se menea y planteándome ya muy seriamente que tengo una capacidad innata para hacer que todo explote. Así que de ahora en adelante intentaré pensar, mucho, antes de entrar en la cocina.
Gracias a mis ya conocidas dotes culinarias, tú y yo juntos, Omar, acabaríamos desnutridos, así que me queda la esperanza de que seas todo un portento entre los fogones, o al menos algo apañado, porque no íbamos a alimentarnos a base de amor.
מרינה

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