domingo, 1 de marzo de 2009

Capítulo 29.

Llegué a la capital hace casi cuatro años con el propósito de estudiar árabe, algo que casi nadie alcanzaba a entender, pero la tozudez siempre fue una de mis mayores virtudes, y de mi errores también. Así pues, soporté comentarios de todo tipo como ¿qué te enseñan en clase, a fabricar bombas caseras? Comentarios que, al principio, yo no me tomaba con mucho humor, pero después de cuatro años, como a todo en esta vida, aprendí a ponerle mi toque especial, y contestaba, claro que sí, así que ten cuidado no llame a mis colegas kamikazes.
O, ¿te vas a casar con un árabe? Sí, incluso comparto harén con tres mujeres más, muy majetas todas ellas.
Ya sé que alimento los típicos tópicos acerca del pueblo árabe y musulmán, y, precisamente, yo no debería, pero me canso ya de explicarle a la gente cosas que no quieren oír, y que por ello, nunca comprenderán. Por tanto, únicamente me limito a contestar sus preguntas respondiendo lo que de verdad quieren escuchar, eso sí, con todo el sarcasmo reunido durante estos años, a base de tragar con infinitas tonterías.
Es más, con el sarcasmo consigo más que haciéndome entender. De esta manera logro mostrar mi desprecio y de paso también les informo sutilmente de que son unos ignorantes. Y no es que yo sea el colmo de la sabiduría, yo siempre digo que el primer paso hacia ésta es reconocer la propia ignorancia, así que yo lo reconozco, soy una ignorante. Por ello, pregunto, escucho y no preconcibo nunca, o eso intento.
Por otro lado, el inútil éste lleva dos días sin aparecer. Lo más probable es que siga etílico perdido adosado a su cama después de las juergas que se debe de estar pegando estos días. Y yo, como estoy muy vengativa sólo le deseo que le duela el higadillo horrores, porque en lugar de salir por ahí en busca y captura de una panchita de culo plano, debería de estar tirado en el sofá conmigo, que al menos tengo un culo redondito.

מרינה

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