lunes, 30 de marzo de 2009

Capítulo 53.

Como todos los días llego muy tranquilona a la facultad, y relativamente puntual. Hasta ahí todo es normal. La diferencia de hoy radica en que, para un día que no tengo clase, yo voy y aparezco a las nueve menos veinte de la mañana con mi sonrisa de “nunca me entero de nada, soy más feliz que una lombriz”.
Consigo dejar la cautivadora cafetería tras de mí y me encamino hacia las escaleras cuando me encuentro a una compañera que se me queda mirando como diciendo, pero dónde vas alma de cántaro.
-Eh, Marina, no había clase.
-¿Cómo que no?
-Tú misma me lo dijiste el viernes.
Claro, yo misma se lo dije y yo misma me olvidé de mirar la agenda, esa tan bonita de piel, azul, suave, rollo ejecutivo, que me dice hasta cómo puedo instalar gas natural, me informa de todas las clases de tuberías termoplásticas, los hoteles, los restaurantes, las carreteras, lo juro ¿eh? Esa tan bonita que tanto me molesto en llenar de colorines para que no se me olvide nada, porque siempre he tenido muy mala cabeza, esa misma que se pasa los días sobre el escritorio de mi cuarto y que, muy de vez en cuando, abro. A la vista está como me va.
Yo, que me salto las clases cuando a mí más bien me parece, que ni siquiera me siento culpable por ello, justo tengo que venir hoy. Y lo peor es que no es la primera vez que me pasa y, es más que probable que no sea la última.
Vaya, hoy que había pasado por la cafetería y había conseguido no quedarme prendada del olor a croissant recién hecho y café. Si es que, de ella vengo y a ella vuelvo, por hache o por be, siempre acabo allí. Aunque me reconforta saber que no soy la única universitaria que siente devoción por la cafetería de su facultad, y pienso que, cuando acabe la carrera, la voy a echar tanto de menos que acabaré yendo allí a echarme el café.

מרינה

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