viernes, 6 de marzo de 2009

Capítulo 34.

Parece que la rodilla comienza a adaptarse a este repentino cambio climático y retomo la rutina del paseíto mañanero desde casa hasta la facultad. Uff, estoy un poco desentrenada, ¿será posible que todo el mundo me esté adelantando? Bueno, o que tengo las piernas demasiado cortas, porque soy muy pequeñita, o como yo prefiero decir, como los libros, tamaño bolsillo.
Ando y ando, y con éste viento, que hace que por un momento me transporte a Zaragoza, el lugar donde el cierzo me permite no peinarme en días, porque, total, a los cinco minutos volveré a parecer recién levantada, noto que las ideas se me van aireando, y autorizo la entrada a nuevos pensamientos. Me llega una de esas ideas rápidas, fugaces, que aparecen por la mente sin motivo aparente y sin previo aviso y que, para lo poco que duran, te dejan una huella bastante honda y una duda existencial.
Y es que, ¿no me estaré acostumbrando a Omar? ¿A ésta situación? ¿Se estará convirtiendo la ventana y todo lo que ella conlleva en un ritual? ¿O es que no tengo otro pito que tocar, literalmente?
Repentinamente otro asunto requiere con urgencia que le dedique toda mi atención. Vaya, un problema fisiológico, se me cae el moco.
Con este fresquito que hace, me paso el camino sorbiéndomelos, al principio cada diez minutos cronometrados, y poco a poco con más frecuencia. Tanto que, cuando llego a Ciudad Universitaria, los mocos me cuelgan hasta el labio, y así como caen, vuelven a subir. La desesperación se apodera de mí porque no tengo ni un triste pañuelo. Con 18 años menos esto no hubiese supuesto ningún problema, casi todas mis mucosidades hubiesen acabado en la manga de la bata del cole, otras, estiradas a lo largo del moflete, y fin de la historia. En lugar de eso, me aguanto y recorro el camino que me queda mirando hacia el cielo para evitar que el moco acabe llegándome hasta las rodillas, a sabiendas de que una minúscula e insignificante piedrecilla hará que me precipite al suelo con toda la elegancia que te permite una caída al barro, o sea, ninguna.

מרינה

3 comentarios:

Manu MAÑERO dijo...

Mentira soez aquella que dice que no tienes otro pito que tocar. y no es ninguna declaración... :)

Manu MAÑERO dijo...

te dejo mi correo...? y nos dejamos de gaitas? eso si, te agradeceria encarecidamente que borraras este mensaje acto seguido... por si hay algun psicópta acechando tras los arbustos. después ya me hincharé a hacerte proposiciones, indecentes o no.

Manu MAÑERO dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.