viernes, 15 de enero de 2010

Él no baila solo.

Un considerable número de días de contacto visual barra de pan en mano con el obrero tío bueno, de ahora en adelante Gustazo (sobrenombre cortesía de mi amiga Almudena y que obviamente me gusta más, en todos los sentidos) no consiguen que en la oscuridad que nos brinda el bar se dé el mismo fenómeno que en días anteriores bajo la luz solar.
Gustazo para arriba, Gustazo para abajo, gustazo el que me da cada vez que lo veo pasar, y disgusto el que me da cuando soy consciente de las extrañas aficiones que tiene este chico, y los pocos tapujos de los que hace gala a la hora de mostrarlas a los demás. Diré que la compañía nocturna ideal para él carece de curvas, aunque no pueda afirmar que permanezca solo toda la noche, pues, desde luego, bailar reaggeton con la máquina tragaperras, funky con la de tabaco y al estilo bacala del infierno con una banqueta, no es estar solo, pero claro, tampoco acompañado. Y entre tanto dilema, lo que es evidente es que su actitud no puede enmarcarse dentro de la estricta normalidad.
Así pues, la velocidad a la que desciende desde su posición número ocho dentro de la escala de cachondosidad es abismal, tal es la aceleración que si fuese una caca de pájaro cayendo desde el cielo, sería una de esas que se estampan en el cristal del coche con semejante fuerza que parece que te ha caído el pájaro entero, justo delante de tu cara, y que se expanden a lo largo y ancho de mi luna delantera impidiéndome ver a Gustazo. Madre mía, ¡si es que todo es un círculo!
Pero yo no soy de esas que se dan por vencidas a la primera, yo persisto. Así pues, la siguiente oportunidad que me brinda la segunda de las noches en la que tengo el placer de verle en acción, esta vez sin ninguna clase de mobiliario cerca de él, aunque sí con sus habituales paseos, decido acercarme con la excusa del cigarrito.
Alarga el brazo con esa chulería innata que poseen los que saben que están cañón, me acerca la cajetilla a la cara, casi me la pone de estampa en la frente, cojo la cajetilla, mientras su mano, de forma inaudita, permanece en la misma posición, como si estuviese sujetando con mucha suavidad un paquete que sólo él puede ver, saco un cigarro y vuelvo a colocar la cajetilla que encaja perfectamente entre sus dedos. Y todo este proceso transcurre sin que él me dirija la mirada, ni siquiera por el rabillo del ojo. Mierda, la próxima vez me marco una huída rápida con el paquete entero en la mano.

מרינה

2 comentarios:

islamespañol dijo...

qtal ermanita?
¿como vas con el arabe?'

un saludo

Marina dijo...

Hola!! Pues nada absorvida por él, con los nervios a flor de piel en vistas al final de este camino y sin saber a donde dirigirme, pero sobrevivo, que no es poco.
Un abrazo!