sábado, 27 de junio de 2009

Todo como la patena.

Recordando, me ha llegado a la mente el primer día de mis clases de hebreo con Gus. Yo estaba nerviosa, confundida, dudosa de mis conocimientos, alterada, temblorosa. Mil preguntas me inundaban la cabeza, y con ellas la inseguridad del principiante ¿Me explicaré bien? ¿Me entenderá? ¿Iré demasiado lento? ¿O rápido? ¿Le explicaré las cosas bien o me confundiré? ¿Por dónde empiezo? En fin, una multitud de arrolladores pensamientos.
Había quedado con él en el barrio para ir a tomar algo y dar la primera de las magistrales lecciones, y por supuesto, aprovecho para llevarlo a Omar Bar.
Comienzo por el principio de los tiempos, el abecedario. Le voy mostrando todas las letras, una por una, y acto seguido lo pongo a leer. Balbucea, suda, desespera, hace lo que puede, y por fin su primera palabra, tierra.
Y de repente Omar. Me saluda con una de sus amplias y embriagadoras sonrisas y se pone a recoger las mesas. Se pasea, se luce y se planta en medio de la puerta sin hacer nada excepto contemplar el paisaje. Será capullo, de sobras sabe que lo sigo con la mirada allá donde va y, por un momento, desconecto completamente y dejo que Gus farfulle palabras sin sentido, cruce letras y cambie vocales a su antojo.
Chica, céntrate, me digo a mí misma. Y lo consigo, hasta que reaparece el minúsculo hombrecillo bayeta y KH7 en mano. Comienza su nueva faena lentamente, esparce el desengrasante por los cristales de la puerta y, dibujando círculos concéntricos, con más pachorra si cabe, retira los restos hasta que deja los cristales como los chorros del oro, tan limpios que temo porque alguna de las abuelillas acabe empotrada en la puerta creyendo que estaba abierta.
Y ahora llega cuando yo me pregunto ¿pero éste desde cuando tiene esa pasión por limpiar cristales más propia de mí y de mis desvaríos? Llevo más de un año observando todos sus pasos, que más parece que lo que hago es demostrarle al CNI que como espía no tengo precio, y nunca, pero que nunca jamás lo vi más de un minuto con una bayeta en la mano, y hoy casi le dan las uvas. Lo que parece es que Omar, a parte de los utensilios de limpieza, traía con él la parabólica y, desgraciadamente, el hebreo, como muchas otras cosas, aún no lo controla, así que se fue por dónde vino sin comprender nada, y tal vez preguntándose quién es el varón que me acompaña.
Por mi parte devuelvo a Gus a su casa con el cerebro frito y puede que con la duda de volver o no sobrevolando su cabeza.

מרינה

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