lunes, 1 de junio de 2009

Cuerpo blanco y mente sucia.

Nunca celebré Pentecostés, de hecho no sabía ni lo que era, y precisamente me dirigía a celebrar su versión judía ni más ni menos, lo que ellos llaman “shabuot”, semanas, la cual tiene que ver con el ciclo agrícola. Creo que conmemora la recogida de las cosechas, pero vamos, que lo mismo no.
Me dicen que vaya con algo blanco y que lleve algo lácteo, pero no con carne, y es aquí donde se me plantea un gran dilema, no sé si llevar algo lácteo o algo cárnico, o si hoy se puede comer carne o no. Dios mío qué complicado es esto de ser judío.
Ahí estoy recorriéndome uno a uno los pasillos del Opencor, mirando los ingredientes de cada producto con lupa, no sin antes preguntar a uno de los dependientes si tenían comida Kosher y recibir como respuesta una mueca indescriptible y horripilante.
Finalmente me decido por una tarta helada esperando que al resto de la gente no se le haya ocurrido la misma idea que a mí y acabemos cenando de primero tarta Carte D’or al caramelo, de segundo Carte D’or romántica y de postre Carte D’or al whisky. Y salgo corriendo porque mi tarta está empezando a mutar en sorbete.
Entro en el metro, subo al tren entregada a mis propios asuntos y me paso de parada. Estupendo, ahora la tarta llegará chorreando.
Cuando llego veo una manada de angelotes, todos de blanco, copas de vino en cada mano y comida de la buena. Se acerca la anfitriona, la profe de hebreo que en más de una ocasión tuvo ganas de tirarme por la ventana pero se contuvo.
-¡Shalom!
-¡Shalom! Lo siento Raheli, traje una tarta del Opencor, ya conoces mi grandes dotes culinarias y sabes que podría envenenaros a todos.
La noche transcurre aparentemente tranquila entre miradas con un madurito demasiado interesante que pasea y luce al bebé de Raheli mientras yo juego con el otro pequeño de la casa, el niño bañado en chocolate. Él me sonríe, piensa que miro al niño, que rezumo instinto maternal por todos los poros de mi piel, pero a mí el que me gusta es él, y lo único que me invade es la envidia, porque yo también quiero estar en sus brazos y babearle, bueno, no exactamente eso, pero vamos, ya se me entiende. Y me voy a estar quietecita porque últimamente…
מרינה

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