miércoles, 27 de mayo de 2009

El síndrome de la rabia proyectada.

No puedo odiarle, no es que me lo haya propuesto, es que no me sale, aunque sí hay ira acumulada para la cual debe haber una vía de escape, una salida rápida, y hoy la he encontrado. Su amigo el “parras”.
Lo veo paseando con esa parsimonia que les caracteriza, con los ojos achinados y esa sonrisa de necio. Visualizo la figura de un simio y la de él y me asombro porque realmente tienen un parecido más que razonable. Me toca la fibra, me pongo roja de furia, me saca de mis casillas y cuando recuerdo su forma de hablar “asfibyabfibfhdowihoodfnehjdho mi amoooorrr” ya me hierve la sangre. Primero, vocaliza, y segundo, como me vuelvas a llamar mi amoooorr te escacho la cabeza.
Además, seguro que tiene algo que ver con el hecho de que algunos camareros del barrio me miren con risitas y sospecho que abrió la boca más de la cuenta, aunque la causa bien podría ser que de vez en cuando se me escapa algún gorgorito en voz alta, pero esta opción queda descartada tras un análisis profundo de la situación. Será desgraciado.
Fati dice que tengo todos los síntomas del síndrome de la rabia proyectada, y yo digo que tiene razón, porque cuando pasa por mi lado se apoderan de mi unos deseos irrefrenables de levantarme y azotarlo con el bolso estilo Margarita Seis Dedos hasta que me canse, de lanzarle a la cabeza el servilletero, la caña entera y la mesa si hace falta, de tirarlo al Manzanares, de gritarle que se vaya a un logopeda y que le pida a Papá Noel estás navidades una pizquita de inteligencia.
Me mira y me sonríe y ya es cuando tengo que hacer unos esfuerzos sobrehumanos para no soltarle una de las grandes frases de mi madre “te voy a meter una ostia que te va a parecer un cañonazo” o “te voy a dar de ostias hasta en el carné de identidad”.

מרינה

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