jueves, 14 de mayo de 2009

Capítulo 82.

Volvemos a nuestros asientos tras un buen desayuno acompañado de una charla de esas de marujillas que tanto nos gustan y el suave balanceo del Ave que nos lleva hasta Córdoba. Todavía no he posado el culo cuando un señor con uniforme que me ha seguido hasta mi sitio me llama, lo miro con cara de extrañeza y reparo en que es el de la cafetería. Me pregunto qué querrá, pero antes de que me lo diga me doy cuenta de que me fui sin pagar, así que me levanto y lo sigo avergonzada sobremanera y disculpándome todas las veces que puedo. Sí que empezamos bien el día. Venimos a visitar la mezquita-catedral, lo que todavía no sabía en ese momento es que se iba a convertir en una auténtica tortura.
Hemos quedado con el profesor en la puerta, llegamos tarde y él parece un poco molesto por nuestro involuntario retraso. Nos introducimos en el recinto y aquí comienzan cuatro eternas horas de sudores, agonías y desasosiego.
Realizamos la visita por partes, según las ampliaciones que se llevaron a cabo a lo largo de los tiempos, y que no voy a explicar, porque nada más abrir la boca el Profesor Souto me pongo el piloto automático y me limito a seguir a la gente cada vez que nos movemos.
Llevamos ya dos horas dando vueltas, deteniéndonos 15 minutos en cada conjunto de arcos para que nos explique que son de medio punto con otros superpuestos lobulados, con otro más superpuesto de herradura y con la madre que lo parió encima. Habla de los suelos, de los muros, de los techos, de las inscripciones y a este paso que vamos hablará hasta de una minúscula huella dactilar que han encontrado en un azulejo de la cúpula del mihrab.
Apenas hay bancos y los guardias nos han prohibido que nos sentáramos en el suelo, así que aprovecho cualquier ocasión para descansar mínimamente, lo mismo me da una columna, que una verja, que un saliente de pared, lo que sea, pero que me sostenga un poco y evite que me caiga redonda al suelo de cansancio y de desesperación.
Son cerca de dos horas y media ya y mi nivel de nicotina en sangre es preocupantemente bajo, o me fumo un cigarro o empezaré con los tembleques de la fase de desintoxicación. Me voy corriendo hacia los baños porque me ha parecido ver una línea de sol por debajo de la puerta, y aquí todo es tan lúgubre que olvidé lo que era la luz natural. Llego y lo primero que veo es una ventana con una reja que da a un balcón, abro los ojos como platos porque sé lo que significa eso, que si la abro fumo, y que si fumo se acabó mi tormento, al menos de momento. Pero por más que lo intento la ventana de los huevos no se abre, ni haciendo fuerza con la pierna en la pared. Así que los turistas que entran al baño se encuentran a una chiflada tirando de una manivela crispadamente.
Salgo farfullando y engancho a la primera chica de clase que encuentro para despotricar contra Souto, contra Abderrahman, contra los califas en general y contra todo lo que se menea, pero allí lo único que se mueve es la colega arqueóloga del profe, que cada vez que murmuro algo políticamente incorrecto la tengo detrás. Más bien parece un alma errante que se dedica a seguir mis pasos.
A las tres horas, cuando a todos nos parecía que íbamos a terminar y la alegría volvía a nuestras caras, Souto se saca una linterna y nos hace inspeccionar las columnas en busca de inscripciones de los constructores, mientras todos y cada uno de nosotros resoplamos y le seguimos por todo el espacio pensando en que cualquier tortura medieval sería menos dolorosa que esto.
Parece que no vamos a llegar nunca a la puerta que da al patio, pero por fin veo la luz ¡Sí! Ya estamos cerca, me dirijo pesadamente hacia la puerta hasta que dice Souto:
-Y ahora, vamos a divertirnos.
¿Aún más? Por el amor de Dios, que llevamos tres horas y media arrastrando nuestros cuerpos ¿es que no tiene ni una pizca de compasión? ¿No le damos pena?
Y por fin, a las tres horas y media salimos al patio, aunque todavía nos queda media hora más de martirio, pero al menos tengo total libertad para fumarme un cigarrillo detras de otro y sentarme en cualquier pedrusco.
En una palabra, desquiciada.
מרינה

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