miércoles, 6 de mayo de 2009

Capítulo 75.

Tres de la tarde. Un sol que aplana, un calor que nubla los sentidos, bolas blancas de una sustancia desconocida revolotean a mi alrededor.
He quedado con Olalla y su amigo Sunny. Nigeriano, 25 años, licenciado en informática, vende “la farola” frente a un conocido bar, la falta de posibilidades le trajo hasta España en un cayuco. La ausencia de papeles que regulen su situación no acaba con una sonrisa que deja asomar unos dientes separados que le dan un cierto toque de simpatía, de cercanía. Habla castellano como puede, en voz bajita, mezclándolo con inglés, escribe en la servilleta cuando no lo entendemos.
Lo primero que me llama la atención es que no se quita el forro polar rojo cuando yo llevo un sofoco que no puedo con mi alma, digo yo que al venir de un clima más cálido, la que nos está cayendo hoy le parecerá fresquito.
Llevo un año y medio pasando por el mismo lugar y la verdad, nunca había reparado en él, pero ella sí. Nunca deja de sorprenderme, hace mucho que la conozco y no deja de demostrarme de qué material está hecha. A veces se siente pequeña, pero ella es muy grande, pues cualquiera no se hubiese parado a conocer a alguien porque sí, y yo soy la primera que levanta la mano. Conversamos de temas variados, pero yo no dejo de pensar que, aunque a veces la mataría, ella es especial, es admirable, es mi ojito derecho.
Sentados en una terraza, la gente que pasa a nuestro lado saluda a Sunny, debe ser bastante conocido por el barrio y él, mientras da un sorbo a su cerveza devuelve los saludos. Probablemente no haya mucho dinero en sus bolsillos, pero es más rico que muchas de las personas que se han cruzado en mi camino, rico de espíritu.

מרינה

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aiiii tía que bonito...tu y yo ser de la misma pasta, que lo sepas. como digo yo, mañas de corazón y eternas de espíritu!!!!