domingo, 1 de febrero de 2009

Capítulo 7.

11 de la mañana, por fin me he puesto a hacer como que estudio y llaman al timbre, me aparecen don señoras, una más mayor que la otra, y me dicen, ¿está Clementa (la abuelita)? Digo, no, es que es la otra puerta. De repente bajo la mirada y veo un fajo de folletos, bastante sospechosos, sigo bajando y ¡ah! me encuentro con la revista Atalaya, la revista de moda entre los Testigos de Jehová.
Mi naturaleza pueblerina, y por tanto cotilla me obliga a preguntarles que para qué narices requieren a la abuelita, un ser…digamos…non grato, como diría Omar, complicao. Amables, como todos los Testigos, me dicen, no es que un día le dejamos unas revistas y parecieron gustarle y para preguntarle a ver que tal está.
Ya veo lo que pasa, no es que mi abuela quiera convertirse, ni mucho menos, ella es una ultra-agnóstica no reconocida por el qué dirán, y otra cosa no, pero las cosas tienen que ser como ella diga, no como un Dios o una institución religiosa digan. Y tampoco les va a comprar nada, para la abuelita toda cosa que implique abrir el monedero es pecado. Lo que pasa es que la pobre mujer es un poquito agobiante y autoritaria, vamos, que es una petarda como Dios manda, y claro no hay quien la escuche más de 5 minutos seguidos, ni aún proponiéndotelo como buena acción del día, pero como las Testigos quieren cazarla, pues le dedicarán su tiempo, en vano, porque la abuelita es dura de mollera.
Así que dejo a las Testigos que vayan a hacerle una visita, por lo menos un rato que no vendrá a atormentarnos con sus historias para no dormir, además creo que va a ser divertido ver a las Testigos cómo intentan lavarle el cerebro a un ser tan irreducible.
Me despido de ellas y pienso, que vuestro Dios os coja confesadas.

מרינה

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